El martes 3 de febrero llegó mi amigo Danilo. Hasta entonces había estado sólo. No me importa la soledad. Soy feliz sólo, lo mismo que soy feliz acompañado. Al día siguiente llegó Estuardo, aunque a él le gusta que le llame por su primer nombre, Edgar. Ambos han sido profesores del Colegio La Salle de Huehuetenango. Con Danilo ya me había encontrado una noche en Huehue. Con Edgar hacía tiempo que no lo veía.
Nuestra rutina diaria era desayunar, paseo por la playa, bañarnos, piscina, irnos a Almendrales con la lancha, tomar el Tuk Tuk, comer en La Blanca, volver, tomarnos unas cervecitas con los paisanos del puerto, volver a tomar la lancha para ir al hotel, pasear por la playa contemplando la puesta del sol, cenar, salir a la tienda restaurante cercano de Doña Tancho y dormir.
Cualquier sitio es bueno para hablar con la gente. Este último lugar es el único sitio para escuchar música y tomar unas cervezas en Tilapa a excepción del hotel.
A todas las personas le pregunto como se llama para entablar una conversación llamándolos por su nombre. Me acuerdo de unos nombres de los tukteros que quiero apuntar aquí para preguntar por ellos, si vuelvo, al año que viene: Coyote su mote, Alfaro su segundo apellido, Alfredo el hondureño, Corán con el que más cervezas me he tomado. Éste iba proclamando mi nombre cuando me veía a toda voz por el municipio.
A todas las personas le pregunto como se llama para entablar una conversación llamándolos por su nombre. Me acuerdo de unos nombres de los tukteros que quiero apuntar aquí para preguntar por ellos, si vuelvo, al año que viene: Coyote su mote, Alfaro su segundo apellido, Alfredo el hondureño, Corán con el que más cervezas me he tomado. Éste iba proclamando mi nombre cuando me veía a toda voz por el municipio.

Estar en Tilapa es vivir la vida de una manera distinta. Excepto esas dos horas que empleábamos para ir a almorzar, no existía esa posibilidad en Tilapa, el resto del tiempo era hacer una pausa al ritmo de la vida. El sol marcaba nuestra actividad.
Aquí abajo una cena que hicimos en la cocina del hotel. Danilo hizo unos pescados a la plancha. Por mi parte hice unos langostinos, camarones aquí, al ajillo. Una cena como Dios manda. Hasta eso lo vivimos como una actividad placentera y compartida, pues la hicimos también para la familia que atiende el hotel. Vi que no eran muy partidarios de los ajos. Los dejaron todos.
¡Hasta la próxima, primero Dios!
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