miércoles, 31 de enero de 2018

Relación entre ambiente y serenidad

Cuando vamos a acabar un mes del año 2018 me doy cuenta que no he escrito en el blog nada desde el 2017. Comencé a hacerlo, pero lo dejé congelar. Tenía pocas ganas de hacerlo aunque sí pensé lo que iba a escribir, sobre todo cuando acababa el año Ahora sí tengo. 
El 2017 lo viví, como ya lo he contado en anteriores crónicas, entre dos sociedades diferentes. Una de ella la latinoamericana y otra la occidental. 
La latinoamericana: en Ecuador, cuatro meses, y en Guatemala, casi dos meses. Y en los dos países en dos ocasiones pues el mes de mayo lo pasé en Sevilla, pero regresé a ambos. 
Podría decir que fue el año del doble cambio. El que siento al estar otra vez aquí en mi país, con lo que ello significa en todos los aspectos, y el de sentir que mi vida ha cambiado no solamente por el cambio de lugar donde vivo sino, sobre todo, por el cambio que he experimentado tanto interiormente como en mi actividad diaria.
Y así he vuelto al lugar que me da mucha serenidad. Cuando terminé mis tres años en París en el año 1992 elegir vivir en San Nicolás. Y me pasé seis años. Hubiera deseado quedarme más tiempo, pero motivos familiares me obligaron a cambiarme a Sevilla capital. 
Y ahora, al volver de estos casi cuatro años en Latinoamérica,  otra vez he vuelto a él. Es un ambiente que me gusta. Y vivir en el lugar que te gusta es un elemento importante para encontrar el equilibrio personal que buscamos cada persona. En este momento me siento muy bien, quizás porque estoy aquí.
El lugar, el ambiente en donde vivimos, tienen influencia en cómo somos. Se suele creer que el lugar es siempre una cosa externa que no opera cambios en nuestra forma de pensar y de ser, pero quizás lo contrario es la verdad. Nuestra sociedad nos ha involucrado de que somos autónomos y la conducta de los demás no nos afecta de manera sustancial, pero pocos realmente lo somos. El lugar (con todo su ecosistema y red de relaciones) de nuestra vida cotidiana se experimenta como un estado mental o sistema operativo. Donde estamos nos transforma cómo somos. Tenemos influencia de nuestros vecinos y del lugar en el habitamos. Y nos define. 

Creo que todos intentamos vivir allí dónde pensamos que tenemos que vivir. Es claro que no todos lo pueden conseguir. Pero cuando ves dónde eligen, a igualdad de posibilidades, vivir unos y otros te ayuda a conocer mejor como son. La familia que decide dejar la ciudad para instalarse en un pueblo de la sierra u otra que deja una vivienda en un lugar residencial para trasladarse al centro de la ciudad es ejemplo de que buscan una interacción entre el ambiente y su proyecto de familia que se fundamenta en un deseo de vivir como ellos desean, dónde ellos piensan que van a ser más felices.
Y escribo esto desde lo que experimento en estos momentos y que  me llena de paz.


Un país tan cercano como diferente 
Entrada a la Medina, cerca del barrio francés.
Muy cerca de dónde vivo, a sólo a cuatro horas por carretera y barco, se encuentra Tánger. Quizás se tarde yendo a Madrid. Es curioso pero es así. Marruecos es país a la vez muy diferente y muy cercano. Creo que puede ser el país donde más veces he ido. La cercanía, en muchos sentidos, me invita a ello. 
Un ideal lugar para tomar un té observando el Atlántico.
Normalmente es la ciudad de Tánger el lugar de mi residencia en los viajes que realizo a Marruecos, pues tengo la posibilidad de vivir en casa de un amigo que trabaja en ella. 
Me encuentro a gusto en esta ciudad que antiguamente fue internacional. Aún hoy se puede observar el barrio inglés, francés, alemán o español. 
Marruecos, un país abierto 
y a la vez misterioso.
Pasear por sus calles sin rumbo definido, entrar en los zocos y medinas sin saber muy bien por dónde voy a salir, tomar té verde en sus terrazas o cafés a los que son tan aficionados los marroquíes, ver sus tiendas y mercados con algunos productos desconocidos, hablar con amigos y tenderos, sentir los olores y observar sus colores, probar sus comidas... me encanta.
Una arquitectura muy cercana
 a la nuestra.
Pero conocer Tánger no es conocer Marruecos. Creo que la diversidad del país es muy acusada. Como siempre el norte es diferente al sur. Los contrastes de este país son tan grande que para conocerlo hay que recorrerlo de arriba abajo: no es lo mismo la región del Rif que la del Atla. O la zona atlántica a la desértica.
Esta vez, conocí más Tetuán. Es fundamental que te acompañe en una visita a un lugar que no es el tuyo alguien que sea de allí. Y tuvimos la suerte de que Achara nos acompañara, pues nos paseó por toda la medina explicándonos lo que veíamos y respondiendo a nuestra curiosidades. Aunque menos extensas que otras, mantiene una distribución laberíntica con calles estrechas, arcos, escaleras y rincones preciosos. Esta vez me ha llamado la atención los colores diferentes de los barrios por los que pasábamos. 
Hay muchos lugares como estos en Tetuán.
Con un zoco lleno de gente que van y vienen, y de mercancías de las más variadas, nuestra impresión es que este micromundo nos supera. Llaman la atención los puestos de dulces, de los que son maestros nuestros vecinos, y que en mitad de las calles interrumpen una circulación peatonal fluida.
Tetuán es una ciudad de gran influencia española ya que es la ciudad con más rasgos andalusíes de Marruecos. 
Los exquisitos pasteles
marroquíes.
Entre 1913 y 1956, fue la capital del "protectorado" español de Marruecos. Aún hay calles que tienen la antigua denominación española. ¡Curioso!
En Marruecos se siente uno cómodo y seguro. Hace unos años hizo una reforma constitucional para adaptarse a los nuevos tiempos y porque estaba temeroso de la revoluciones de otros países musulmanes. Y aunque está lejos de cumplir los estándares democráticos europeos, es un bastión contra el fundamentalismo.
Dispuesto a degustar la excelente cocina marroquí.
Contactar con la cultura marroquí, me atrae. El hecho religioso marca toda la vida de la sociedad en su aspecto formal. Es algo muy constatable. Las vestimenta tradicional de casi todas la mujeres, ya hay jóvenes que visten a lo occidental, y de la mitad de los hombres, sobre todo los mayores, llama mucho la atención. 
Ya he dicho que la comida me encanta. 
Paseando por medio de la medina.
En esto también la religión tiene su importancia en la ausencia de lo relacionado con el cerdo y de la bebidas alcohólicas. El tener la costa atlántica le posibilita tener un pescado y un marisco excepcional. Un tagine, un caldo de marisco, un buen pescado o unos garbanzos con pata de vaca merece la pena degustarlos.
El trato de la mayoría de la población con el extranjero es muy cercana. Y con los andaluces son especiales. Alguien a la puerta de madraza de Fez me dijo que era un marroquí andaluz, al decirle que no era de allí. 
Los cuatro días que pasé en fin de año en Marruecos fueron realmente fenomenales. 
Con mi amigo Sixto en la plaza mayor de Tetuán. 

¡Hasta la próxima, primero Dios!