lunes, 19 de diciembre de 2022

Río Dulce


Tenía programado en este viaje a Guatemala, compartir unos días, como siempre, con Pheter. A unos veinte días de mi llegada me dijo: "Ya falta poco tiempo para ir a verte mi hermano"
Ya en Guatemala recibo un mensaje en el que dice: "Siento mucho no llegar".
Con Pheter he tenido una relación de mucha cercanía. Puedo decir que siempre ha sido una compañía magnífica en Guatemala. Tenía mucho confianza con él algo de era recíproco.

Eso me llevó a escribirle al hotel, que había reservado en Antigua, para tratar de anular esa reserva. Hacía unos ocho días que había pasado la fecha para hacerlo. Me llegó un email que me decía que se había anulado la reserva sin ningún coste. Booking me gusta.
Al ver que él no vendría decidí ir a verlo a su pueblo: Río Dulce, de triste recuerdo. Parece que no volveré más allí. 
Me llevó unas siete horas llegar. Había pensado quedarme unos tres días en aquel lugar para después seguir con mi viaje, según estaba programado. 
Lo busqué en su tienda. "La que está a la entrada del Estadio" me dijo. Allí estaba con su mujer y su hija pequeña.
La reacción que tuvo al verme, la actitud que mostraba, la pasividad y frialdad de su mirada, me dijo que algo había cambiado en menos de un mes. No era sólo que no podía dejar la tienda para venir a verme. Había algo más que aún no he logrado descifrar.
Me sentí muy mal. Pensé que, a pesar de todo el tiempo que hemos pasado juntos, aún no comprendía su manera de pensar. 
Tomé un Tuc - Tuc y fui a buscar un hotel. De paso pasé por la terminal de autobuses para adelantar mi vuelta a la capital. No tuve más contacto con él. 
Cené, me acosté, desayuné sin ninguna comunicación con Pheter. Yo que estoy acostumbrado a vivir sólo, y llevar esa soledad con mucho "arte", experimenté esa soledad que es física, pero sobre todo, emocional. La que se asocia con sensaciones de vacío y refleja el anhelo de compartir la vida, o parte de ella, en mi caso unos días, con una persona determinada.

Cuándo ya estaba de camino de vuelta, sobre las tres de la tarde, me llamó preguntándome que dónde estaba, que pasaría por mi hotel en unos  minutos. 
¡Ya era tarde! 
Después le he escrito para decirle que, aun el fracaso de ese viaje, que él aceptó que fuera, yo era el mismo y que podía contar conmigo como siempre. Aún no ha leído este mensaje.
Un experiencia que marcó mi viaje y, quizás, el futuro de los mismos.

¡Hasta la próxima, primero Dios!

Algo así he sentido yo. 

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