Pedirme que haga ciertas tareas manuales es pedirme algo casi imposible. No soy un dotado en este aspecto. Nunca lo fui. A excepción de las tareas de jardinería, cocinar, pintar y pocas cosas más fáciles, las otras me están negadas.
Desde hace unos años, y por estar viviendo en la casa de San Nicolás, he tenido que hacer algunas tareas inimaginables para mí. Muchas veces no me funcionan y, como ahora es fácil pedir ayuda a través de las fotos de lo que he hecho, me corrigen a distancias. Sobre todo cuando descubres que los cables tienen color no sólo para que sea más bonito. Es que tienes que conectarlos según el color.
Gracias a la donación que me hizo María Eugenia de unos bancos para mis azoteas, me propuse arreglarlos. Para ello pregunté qué hacer. El proceso fue: decapar, pasarle el cepillo de alambre, lijar, reparar los huecos con masilla de madera, volver a lijar, pintar con el cubre poros y, por fin, ponerle el barniz.
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