Volver a Guatemala es algo que me gusta hacer desde el instante que estoy fuera de ella. Esta vez he estado tres semanas. Siempre creo que es poco tiempo.
Cada etapa de mi vida ha sido diferente a la otra. Pienso que es así para todo el mundo. Esta última etapa de mi vida comenzó en ese bello país. Creo que he enterrado algo precioso en cada sitio que he sido feliz. ¡Y es verdad! Bueno seguro que no es algo material, pero sí es algo valioso. Y aunque no haya vuelto a algunos, los considero también igual de interesante y de importante para mí.
Por eso vuelvo cada vez que puedo a Guatemala, como a otros sitios en los que he estado. Cada vez que vuelvo a este precioso país paso momentos únicos.
Esta vez he vuelto después de mi viaje a Estados Unidos. Llegar era como volver a casa. Todo me era familiar. Conocía el camino, ¡En Guatemala me siento bien! Me esperaba mi amigo Sergio, el taxista. Hay que valorar llegar a un lugar donde eres recibido a la puerta del aeropuerto por alguien conocido.
Mi lugar de destino
Siempre existirá Tilapa. Este playa origina en mi el deseo de quedarme a vivir en ella. Y en ella no hay nada, o casi nada. Tampoco hay mucha gente. Playa, arena, manglar, buen clima. Y el hotelito de D. Alex. Un pequeño y humilde hotel. Por eso vuelvo, porque para mí es bastante.
A ella fui dos veces distintas. Y con distinta compañía. Desde mi mala experiencia en Río Dulce decidí no viajar sólo nunca más. La primera vez me acompañó Francisco. Es de la aldea de Yalambojocho, la aldea de mi amigo Juan, y lo conocí a través de él. No había visto nunca el mar. Algo que valoró de una manera especial. Su presencia me encantó pues es una persona muy sencilla y cercana.
Ya poco a poco soy reconocido por la gente del lugar. Además de mi amigo Alex Mardoqueo, que se fue a los estados del norte. Ahora vive en Florida. Algún día volverá y podremos compartir como la última vez pues nos quedamos casi a la mitad de nuestras historias.
Además para algunos de los Tuc Tuc, los de las lanchas, los del restaurantes... ya soy Alfredo. Y eso hace que me encuentro también seguro en este lugar, algo que hay que valorar en este país.
Cuando me iba la segunda vez, el último grito que escuché fue, ¡Adiós Alfredo!, que me decía Wili.
Intento no perderme ninguna puesta de sol. Es algo único ver como desaparece en el horizonte del Pacífico. El clima es ideal. Se parece al canario. Las calles de tierra del manglar, donde se encuentra Tilapa, me recuerdan mi infancia cuando viajaba con mi familia de niño a Punta Umbría. Y el trasladarme en lancha desde la playa al embarcadero de tierra firme un viaje maravilloso.
Me acompañó la segunda vez Saraney. Siempre también un amigo. Ya con una hija, desde la última vez que lo vi, hizo todo lo posible para acompañarme. Doy gracias a Dios por su amistad que permanece intacta desde los primeros días que lo conocí en la Casa Miller.
Pether, siempre ahí
Aunque no pudo acompañarme muchos días, no faltó en mi llegada a la capital. Sus establecimientos, su querida Nataly, y otras ocupaciones le obligaba a estar más pendiente de los negocios que tiene.
Después pude esta con Pheter en su propio terreno, Río Dulce, cuando fui con Danilo a El Estor.
Llegó con su camioneta a nuestro encuentro para desayunar. Y me encantó verlo en sus tiendas. Esto le hará poder tener un futuro seguro y tranquilo, con esfuerzo y controlando todo lo que lleva. Eso en Guatemala para un joven de veintidós años, de familia trabajadora, es algo muy importante. Y eso superando muchas dificultades de todo tipo. Estoy muy contento de poder haber estado muy cercano del desarrollo de sus proyectos. Como le digo a él, aunque no haya un contacto continuo, siempre contará con mi ayuda. Para eso soy su "padrino".
Seguiré con la segunda crónica de mi estancia en Guatemala.
Siempre existirá Tilapa. Este playa origina en mi el deseo de quedarme a vivir en ella. Y en ella no hay nada, o casi nada. Tampoco hay mucha gente. Playa, arena, manglar, buen clima. Y el hotelito de D. Alex. Un pequeño y humilde hotel. Por eso vuelvo, porque para mí es bastante.


Además para algunos de los Tuc Tuc, los de las lanchas, los del restaurantes... ya soy Alfredo. Y eso hace que me encuentro también seguro en este lugar, algo que hay que valorar en este país.
Cuando me iba la segunda vez, el último grito que escuché fue, ¡Adiós Alfredo!, que me decía Wili.
Intento no perderme ninguna puesta de sol. Es algo único ver como desaparece en el horizonte del Pacífico. El clima es ideal. Se parece al canario. Las calles de tierra del manglar, donde se encuentra Tilapa, me recuerdan mi infancia cuando viajaba con mi familia de niño a Punta Umbría. Y el trasladarme en lancha desde la playa al embarcadero de tierra firme un viaje maravilloso.
Me acompañó la segunda vez Saraney. Siempre también un amigo. Ya con una hija, desde la última vez que lo vi, hizo todo lo posible para acompañarme. Doy gracias a Dios por su amistad que permanece intacta desde los primeros días que lo conocí en la Casa Miller.
Pether, siempre ahí
Aunque no pudo acompañarme muchos días, no faltó en mi llegada a la capital. Sus establecimientos, su querida Nataly, y otras ocupaciones le obligaba a estar más pendiente de los negocios que tiene.

Llegó con su camioneta a nuestro encuentro para desayunar. Y me encantó verlo en sus tiendas. Esto le hará poder tener un futuro seguro y tranquilo, con esfuerzo y controlando todo lo que lleva. Eso en Guatemala para un joven de veintidós años, de familia trabajadora, es algo muy importante. Y eso superando muchas dificultades de todo tipo. Estoy muy contento de poder haber estado muy cercano del desarrollo de sus proyectos. Como le digo a él, aunque no haya un contacto continuo, siempre contará con mi ayuda. Para eso soy su "padrino".
Seguiré con la segunda crónica de mi estancia en Guatemala.
¡Hasta la próxima, primero Dios!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario