Aunque había casi luna llena, fue una noche muy oscura para mi. La niebla impedía prácticamente ver a unos diez metros. Me encontraba en el fondo de un valle donde la carretera había bajado hacia el cauce de un pequeño arroyo, el Naranjales, y emprendía la subida. Esta hondonada era un lugar que se ensanchaba, estaba más abierto y plano que la pequeña carretera, SE155. por donde circulaba, cuando sentí el estallido de la rueda delantera derecha que había sucumbido en un bache de los muchos que tiene la misma. Como pude, y sabiendo que arriesgaba el estado de la misma, continué circulando sabiendo que no podía dejar el coche en la misma. Así llegué a ese sitio que conocía que estaba próximo.
Estaba en una carretera de la mínima categoría. Conecta al pueblo de San Nicolás del Puerto con la de Las Navas de la Concepción. Serían las seis y cuarenta y cinco de la tarde, del nueve de enero de este año. Era ya noche cerrada y hacía frío. Quien conoce esta carretera comprenderá que no es una opción buena caminar por ella por el día y menos de noche. Yo le he hecho en muchas ocasiones. Puedo decir que la conozco. El sitio está cerca de los cortijos de la Viñuela que se encontraban a mi izquierda. Lo que no sabía de ella lo aprendí esa noche.
Llamé a Alfonso para preguntarle a qué hora era la misa de la tarde. Así, después de la misma, quería saber como iba la restauración del cuadro de la Virgen del Carmen, pintado por mi madre, y que le había encargado a Julio, sacerdote, que había estudiado Bellas Artes en su modalidad de restauración previamente a su entrada al seminario. Quería aprovechar los pocos días que me quedaban antes de mi viaje a Guatemala.
Una vez parado salí de coche para ver la situación. Efectivamente estaba parado casi fuera del firme en un ensanchamiento que daba paso a la puerta de la finca que se encontraba a mi derecha. Pensé en llamar en ese momento, como lo había hecho en situaciones parecidas. Hay fue la primera de las dificultades, podría decir de la más grande. En ese sitio no había cobertura de telefonía. Lógico. Pero no lo sabía, pues cuando se conduce no se debe utilizar el móvil. Y esa era la realidad en que me encontraba. ¿Desde cuándo no cambiaba una rueda del coche? Ni me acordaba. Eso sí, ¡Creía que sabía cambiarla!
Después de pensarlo un rato, y sabiendo que no había otra solución me dispuse a ello. No tenía prisa y busqué el chaleco reflectante, encontré unos guates "ad hoc" en la bolsa trasera de los asientos delanteros. Y me puse las dos prendas. Nunca me los había puesto. Abrí el maletero. Vi el triángulo que debía poner cincuenta metros detrás de donde estaba aparcado. Después subí la cubierta que tenía la rueda de repuesto y en medio de ella estaban las herramientas que debía usar. Agarré la rueda y me dispuse a poner el gato. "Ja" no sabía por que lado había que ponerlo. Qué lado debía poner en el suelo y cuál en el lateral del coche. Tuve que hacer varias pruebas. Y pensé: "Esto va a ir para largo".
Una ve mano a la obra, y desenroscado los tornillo un poco, pude subir el coche hasta que la rueda quedara en el aire. Tampoco fue fácil la utilización del gato. Era algo muy rudimentario. Nunca había utilizado el de este coche, y ¡Con él llevo hecho unos cuatro cientos mil kilómetros! Algo que debo decir en estos momentos es que no me sentí mal. Excepto cuando estaba destornillando escuché un gruñido a mi espaldas.
Con un fuerte "¡Quién anda ahí!" girando hacia atrás la cabeza y moviéndome hacia el lateral del coche intentaba espantar, para mí, a un jabalí. No era un jabalí, era un gran cerdo que se había salido de la cerca de la finca que estaba a escaso dos metros de mí. De todas formas lo espanté como pude, cosa que el hizo pausadamente. como si no fuera con él. Estaría rondando todo el tiempo en torno mío. Le pude hacer una foto, que está movida y sin luz, ¡lógicamente!, cuando pasó por delante de mi coche.
Mi corazón se aligeraba cada vez que escuchaba el gruñido. Durante la realización de esta tarea vi pasar al único vehículo durante toda la noche dirección a San Nicolás. Estaba tras el coche cambiando la rueda y no caí en hacedme ver. ¡Después me arrepentiría! Quien me iba a decir en esos primeros momentos que la noche iba a ser larga.
Pude sacar la rueda pinchada y la puse en su sitio en el maletero. En todo momento tenía la posición de emergencia y la corta encendida. Cogí la de repuesto y después de intentarlo durante un tiempo, que yo calculo alrededor de una hora, con sus necesarios descanso donde no dejaba de darme ánimo para continuar en la tarea, no conseguí colocarla. O me costaba subirla, ¡Pesaba demasiado!, o cuando conseguía ponerla, no entraban los tornillos en sus huecos. Y eso ¡Una y otra vez! En cuclillas, de rodilla, sentado... se me resistía. Definitivamente lo mío no es tener destreza. Sentía el palpitar de mi corazón que se aceleraba con el esfuerzo. Realmente incapacitado. Aún en esta situación donde no tenía comunicación, donde no pasaba nadie, no me desanimaba. No tenía la sensación de miedo.
Para animar más la situación empezaron a disminuir la intensidad de las luces del coche. Pensé que se quedaba sin batería y las apagué. ¡Aún más oscuridad! Me apoyé en unas defensas de la carretera, pues estábamos en una curva, y volví a "resetear" la situación. Me dije: "¡Esto no lograré hacerlo! Me quedaba a mi entender dos posibilidades. Una era quedarme a dormir en el coche. Pero éste estaba apoyado en una esquina por un gato del que no me fiaba nada. Además el frío era intenso. No, descarté pronto esta posibilidad. Esa inanición no es propia de mí.
Y la otra posibilidad andar hacia el pueblo. ¿Pero a cuál? No sabía cuál de los dos estaría más cerca. Pensé que el sentido hacía Las Navas se me hacía más fácil de hacer. Creía estar en la mitad del camino más o menos. E imaginé el recorrido a pie de noche en plena oscuridad. Había mucha neblina que impedía ver el camino. Me decidí por este camino. Fui al coche. Metí todas las herramientas y la rueda de respuesta en el maletero, cogí los papeles del coche y lo cerré.
Empecé a caminar subiendo la carretera y miré los papeles del coche que había cogido. ¡No me lo podía creer! Llevaba el libro de instrucciones. Desande lo andado y agarré los buenos. Recuperando los pasos dados y andando hacía arriba, de repente empiezan a ladrar unos perros de cortijos cercanos. Mis pasos producían un leve ruido que a los oídos tan fino de éstos, en el silencio de la noche, me delataban. Aunque me preocupe un poco seguí intentando hacer menos ruidos, pero los ladridos me acompañaron en este caminar envuelto en una neblina que era mi compañera húmeda y cegadora.
Continué con mi decisión de llegar a Las Navas. Según mi opinión llegaría en unas dos horas, pues pensaba que estaría a unos ocho o diez kilómetros. El andar no es mi fuerte, además mis dedos de los pies están acorchados y no tengo mucha estabilidad. A veces me encontraba dando tumbos hacia el centro de la carretera. Pero seguía andando. Me di cuenta que la niebla estaba desapareciendo quedándose en la zona más baja. Eso me hizo forzarme para seguir recto. Esto y cosas parecidas entretenía la mente y me olvidaba la hazaña que intentaba hacer en medio de la noche oscura y fresquita. Pensaba que podía desvanecerme con el esfuerzo, sentía hambre, más no me importaba demasiado. En un momento determinado pensé en descansar. E inmediatamente me vi apoyado sobre una bionda.
Llevaría andando una media hora, unos tres kilómetros, cuando al volverme hacia la carretera que estaba abajo mía, vi en la niebla unas luces. Me puse en medio de la carretera abriendo los brazos. Llevaba el chaleco reflectante pues me quería hacer ver. No dudé ni un instante que me ayudaría de una u otra forma.
El coche llegó hacia mí. Una mujer conducía y de copiloto iba otra. Me pregunto hacía donde iba y si era el conductor del vehículo que estaba abajo. Se había bajado para ver si había alguien. ¡Qué buen'! En un instante mi situación cambió. Con ellas llegué al pueblo. Me encontré con Alejandro, amigo mío y vigilante en Las Navas, que me llevó a la casa de Alfonso y Carmen. Allí estaba bien. Nunca pensé que llegaría yan pronto. Cargué el móvil, llamé al seguro, me dieron de cenar y al cabo de cuarenta minutos llegó la grúa. En ella fui hacia el coche. No pude irme con él porque la rueda de recambio estaba vacía. ¡Otra fatalidad! El coche arrancó y el de la grúa lo pudo subir a la plataforma del camión. Este señor me llevó a mi casa en San Nicolás. Se llevo el coche a la base, diciéndome que mañana lo llevaría al taller que yo le indiqué en Cazalla. Así lo hizo. Y después todo salió bien. Estaba en casa después de cuatro horas increíbles.
Y nada más. Dos días después estaba celebrando mi santo, S. Alfredo, con toda mi familia. Esta vida tiene momentos alegres y otros menos. Pero nunca debemos perder la serenidad. Tenemos que aceptar la situación para poder hacerle frente. Y dentro de lo que cabe, disfrutar siempre.
¡Hasta la próxima, primero Dios!