Desde que volví en marzo enfermo de Guatemala, no había montado en avión. Recordé esa sensación al montarme este martes por la noche, cuando, tras la invitación de mi amigo Ismael, viajé a Palma de Mallorca.
Fue una invitación que recibí de una manera inesperada, pero él estaba de vacaciones y le pareció que iba a gustarme, así que me dijo que me fuera allí a pasar unos días. Ante la imposibilidad de decirle que era caro el viaje, me ha costado menos de 30 euros ida y vuelta, y sentado como todos, no en las alas, como alguien me dijo al conocer el precio, acepté la propuesta.
He pasado unos días muy buenos. Lógico. Ismael, Mariela y Sofía te acogen divinamente. ¡Estaba en mi casa! Y la suya me encanta, se lo dije varias veces. Como me gusta Lucas, el único perro que tiene la cara dura de acercarse a mí y subirse a mi pecho cuando estoy recostado. Él no sabe que paso tres barrios de sus congéneres. ¡Ni se inmuta! Y le gusta el olor de gambones de mis dedos, aunque Mariela le regañe.
Sofía, que se reinventa cuando está con sus amigas, vive con esa rebeldía propia de su adolescencia que le da a la familia ese sentido de lugar donde cada uno realiza su misión y posibilita, y reconduce, su crecimiento personal.
Las atenciones recibidas por ellos han sido incontables. Todas encaminadas a buscar mi felicidad. Visitar el centro de Palma con la escusa de ir a comprar una reconocida sobrasada, ir a la preciosa playa de "arena" de Alcudia, visitar la hermosa villa de Valldemossa, ir a la playa de Calviá lugar, preferido de Ismael. Pasar estos días con ellos ha sido todo un verdadero placer.
También en esta ocasión, tuve la oportunidad de encontrarme con Ricardo y conocer a Laura, su nueva compañera. Siempre es increíble esa relación de amistad nacida en las aulas del instituto de secundaria de Alcolea del Río. Me llena de alegría el pasar unos momentos con él, comprobando como ha encauzado su vocación profesional, y su vida personal, satisfactoriamente.
Y, como no, debo de hacer mención a Julieta. Ha sido un encuentro luminoso, diría el Arrebato. Dónde menos te lo esperas surge ese momento mágico. Y esta vez fue en el avión. Estaba sentado en una butaca de pasillo, y en el de al lado viajaban unos padres con su hija.
Me apercibo que me mirada desde su asiento al lado de la ventanilla. Yo le dedico una mirada de asombro al verla muy atenta de mí. En otra ocasión le hago una mueca y ella sonríe. El padre, que estaba a mi lado en la otra butaca del pasillo, se vuelve hacia mí, y se a percata de que respondo, con diferentes muecas, a las miradas de la hija. No dijo nada ni hizo ningún gesto.
Yo, que me había levantado cinco horas antes de lo que es mi rutina diaria, me acomodé en mi asiento y dejé que Morfeo me abrazara. Así pasé la mayor parte del viaje.
Al despertarme miré a mi lado y me sorprendí que la familia hubiera cambiado de posición. A mi lado estaba la madre, en la ventanilla el padre y en medio la niña.
Esta me dice cuando la miro: "Estaba esperando que te despertara". Me encantó esa frase. Me hizo sonreír, cosa de la que se percató la madre y le encantó a la pequeña.
Me atreví a contestarle y decirle: "Tu tienes cinco años". Y ella me contestó que tenía cuatro. La madre añadió que cumpliría los cinco en septiembre. Yo le dijo que después de más de treinta años de maestro puedo acercarme a adivinar la edad de los niños. La madre me dice que también estudió magisterio.
Y entonces le pregunté a la niña cómo se llamaba, y me dijo: "Julieta". "¡Qué bonito nombre!", le respondí. Y ella se revolvió en su asiento, como avergonzada.
Pero volvió al ataque. Cuando iniciábamos ya el aterrizaje me dice: "¿Tu vives en Utrera o en Sevilla?" Y entonces le digo que ella no me ha preguntado mi nombre. Se lo digo cuando me levanto, pues el avión ya se había parado. Y ella me dice que me espere a la salida. ¡Qué encanto! Ya todos los que nos rodean, al enterarse, se ríen. Y le dije: "Julieta, ¡yo soy tu Romeo!"! Ella me dice: ¿Por qué todo el mundo me nombra a Romeo cuando digo mi nombre? Se lo explicamos entre su madre y yo, e inesperadamente sale de su asiento, empujando las piernas de su madre, y se abraza a mí. ¡Quién lo podría imaginar!
Hablo con la madre y le digo que yo conozco en un colegio infantil de Utrera a la que era su directora. Ella me dice:"¿En el María Montessori?" Y al afirmarlo, me dice el nombre. Y yo le confirmo que sí: "María Primo". Le dije que era una buena amiga mía y que si la viera en Utrera, le diera saludos.
Yo le hice un gesto de adiós a Julieta y a sus padres al salir del avión por la parte de atrás hacia la pista - viajábamos en Ryanair- y me alejé de esa preciosa niña que hizo del viaje un momento delicioso. Y me hizo olvidar lo penoso que fue el anterior viaje de vuelta de Guatemala.
Y con su recuerdo volví conduciendo hacia San Nicolás en un viaje que se me hizo muy corto en el tiempo.
Y escribo esto por la tarde de este día, primer domingo de julio.
PD: Por razones obvia no he puesto fotos de la familia.
¡Hasta la próxima, primero Dios!
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