


Inmediatamente le dije a Carmen que sí, que contaran conmigo. Me hacía ilusión estar con ella, con su familia, esposo, hermana cuñado, que son amigos míos. También pasar un tiempo con los antiguos compañeros que iban a acudir y a los que hacía años que no veía. La amistad se conserva aunque no nos veamos con frecuencia y la idea de disfrutar de su compañía me encantaba.
Estando en el convite me llevé una alegría inesperada. Se acercan a mí tres maestras del colegio y me preguntan si yo era Alfredo, Para mi sorpresa me dicen que ellas había sido alumnas mía en ese colegio. ¡Oh! Me dijeron sus nombres: Isabel, Amaya y María del Carmen. Por su nombre sólo recordaba a Amaya pues había tenido más contacto con ella y conocía a sus padres.
Para un maestro el que sus alumnos haya tenido éxito en sus vidas, sea de la profesión que sea, es una satisfacción inmensa y que te reconozcan, te saluden y se alegren de verte es muy agradable y te llena de alegría. Y, en este caso, que estén de profesoras en el mismo colegio donde estudiaron no deja de ser algo magnífico. Y ebcina ne encontré a otros amigos que están también de maestros en el colegio.
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