¡Qué satisfacción enterarte que San Alfredo es el patrón de la amistad! Sí sabía que había escrito un libro sobre ese tema, valorando y definiendo la amistad desde el punto de vista cristiano, al que él llama amistad espiritual, diferenciándola de la amistad espuria sea con fines económicos o con fines sensuales. En este sentido es precioso su libro "De la Amistad Espiritual" que ya comenté en otra crónica. Ha sido en este año. al celebrar mi santo, cuando me enteré de tal patronazgo.
La amistad, el amigo, los amigos completan a la persona. Es la familia elegida por uno y en ellos encuentras cariño, atención, acogida, consejo, cercanía, ayuda... desinteresada. Quien tiene amigos tiene un gran tesoro. Tenerlos exige también que se les corresponda en la misma medida, pues aunque la amistad es desinteresada, nos invita a mantenerla ofreciendo lo que recibimos e incluso superándolo. La amistad exige un corazón abierto para darnos a los otros. ¡Qué interesante reflexionar sobre cómo somos amigos, lo que nos exige y lo que nos aporta!
La amistad no se reduce sólo a los que conocemos. El ser amigable con el otro es una actitud que hay que procurar en cada momentos, con aquel que nos encontramos. Esta actitud habla mucho de nuestra apertura, de nuestra alegría, de respeto, de nuestro ser.
Recuerdo en el evangelio como los discípulos se extrañaban de cómo Jesús hablaba con todo tipo de personas de su tiempo: pecadores, leprosos, fariseos, publicanos, romanos... y les ofrecía su amor. ¿Qué importante es acercarnos al otro sin ningún tipo de prejuicio, con la mejores de las actitudes?
Me pasó el 18 de enero cuando fui a renovar el DNI a la comisaria de Tablada. Llegué, metí mi número del carnet de identidad en el aparato de cita, y al segundo sale mi número en la pantalla de la sala de espera. Ni me senté. Y pasé a la sala donde lo hacen.
Me tocó una señora, o señorita, que al verme sonreír por lo que me había pasado, me dice: "Mira que contento viene D. Alfredo". Ya todo iba a ser distinto. Ya entré al toro. Todo el tiempo que estuve con ella, unos siete u ocho minutos, fue muy agradable. Hablábamos como si nos conociéramos desde siempre. De la edad, del frío de San Nicolás, de las personas que se levantan ya "cabreaos", y, como nos salían alguna que otra sonrisa, de hasta de los que nos miraban que estaban en la sala. ¡Me alegró la vida ese momento! Y lo recuerdo con cariño. ¡En una comisaría de policía!
¡Hasta la próxima, primero Dios!