Resulta que el día de hoy, martes veintiocho de junio, ha sido un día muy curioso. Comenzó con la llamada de mi vecino Antonio por teléfono. "¿Dónde estás que voy a darte una cosa?" "Aquí en la casa", le respondo. "Pues te lo doy por la puerta". A veces me da cosas a través de la valla que nos separa en el patio de atrás.
Me da un calabacín que mide más de cuarenta y cinco cm. ¡Descomunal para mí! El gesto me encanta. Y suele ser normal por su parte. Antonio trabaja la finca que linda con mi casa por la parte posterior. Se encarga de ella. Y en ella tiene un huerto. El me provee de los plantones que siembro en el mío y además me asesora cómo debo cuidarlo. El disfruta y yo también.
Este hecho no fue el único que he vivido. Hace nueve días Alejandro de Las Navas me dio una frambuesas que él recoge en los caminos de su pueblo. Inmediatamente pensé que iba a hacer licor con ella. Nunca lo había hecho, pero creo que estaría bueno. Comencé poniéndolas en un bote junto con azúcar para así hacer un almíbar al que, tras dos días, le eché la misma cantidad de ron, vainilla y canela. Y el resultado fue excelente.
Ayer le dije a Alejandro que le iba a llevar un bote esta semana. Él no quería, decía que las frambuesas eran para mí. Hoy se lo he llevado, aprovechando que he ido a su pueblo al funeral de Emilio, una buen amigo y padre de amigos.
Después del entierro lo llamé. Veo que trae una bolsa de plástico. Le entrego el bote. Me vuelve a repetir que las frambuesas eran para mí. Y al coger el bote me da la bolsa de plástico. "¿Que es?" "Son huevo de granja".
Nos despedimos y me encuentro con Manuel Jesús. Le comento lo que ha pasado. Y él me responde: "Así debería ser el mundo".