
En el día de hoy he tenido, por dos veces, la ocasión de contemplar cómo las personas con las que estaba, hablaban y hablaban sin parar. Uno de ellos no dejaba de dar su extensa opinión sobre cualquier asunto, y unía temas que se le venía a la mente y no paraba de hablar. En otra ocasión otra persona hablaba sobre sus convicciones en determinados temas en las que además de hablar sin dejar de dar puntada a los otros, encima alzaba la voz y sus gestos indicaban que se encrestaba hasta tal punto de le tuve que decir que se serenara, sobre todo porque yo no había dado mi opinión sobre el tema. En los dos casos mi actitud fue paciente hasta que en el segundo caso, después de un buen tiempo, le dije que parecía que me estaba dando una clase sin yo pedírselo. Como el día ha sido un poco espeso en este sentido, y la paciencia requería un descanso, el segundo se llevó esta respuesta un tanto seca. Pensar sobre sobre todo esto me ha llevado a escribir sobre el saber escuchar y dejar hablar al otro.

Soy una persona que me considero que puedo manifestar mi opinión sobre determinados temas y hacerlo con convencimiento. Y que también he podido caer en lo que hoy juzgo. Sirva esta crónica para mejorar en este aspecto. No me gusta ir paseando o estar comiendo con alguien que mantiene un monólogo.
Soy consciente que escuchar promueve la resolución de conflictos y permite desarrollar otras habilidades que se vinculan con nuestra inteligencia emocional como la empatía, lo que lleva a un mejor entendimiento y colaboración entre pares. Además, demuestra respeto, interés y confianza hacia el otro. También soy consciente que el que habla deber ser respetuoso con el que escucha y, en una conversación, el otro tiene algo que decir. Y que estar con otros no significa tener que estar hablando sin parar. El silencio no es malo.
Resulta incómodo intentar mantener una conversación con alguien que no te deja hablar; no te permite meter baza y, si lo haces, te interrumpe de inmediato. Hay personas que hacen esto, pero no con la intención de molestar, simplemente son malos conversadores y sobre todo, malos para escuchar a los demás. Se centran únicamente en lo que ellos quieren decir, y no solo no les interesa lo que puedan decir los demás, sino que ignoran totalmente los intentos de su interlocutor por tomar la palabra. En otros momentos al decir una opinión personal el otro interrumpe diciendo que el más y peor, o mejor. El tono con el que habla transmite autoridad y confianza para evitar que la gente le interrumpa.
Otras personas en cambio, no te dejan hablar o te interrumpen, porque consideran que lo que ellos van a decir es más importante o interesante que lo que puedas decir tú en un intento de obtener el control de la conversación y afirmar que sus opiniones y conocimientos son más importantes que lo que dice el otro. Por lo tanto, te obligan a escucharles: no dejándote hablar a ti, e imponiendo su opinión qué es “la buena”. Me decía hoy uno de ellos que su opinión, sobre un hecho histórico, era la acertada y que otras respuestas era "ideológicas" y, por supuesto, incorrectas. En general, estas personas se consideran mejores que los demás; o por lo menos más listos. Todos ellos tienen algunas características comunes a la hora de interactuar con los demás.
Los usurpadores de la palabra suelen ser los que empiezan la conversación; aunque esto tampoco importa mucho, si la empiezas tú, te quitarán la palabra de inmediato. Y lo harán, para aportar alguna idea sobre ellos mismos, su experiencia, sus conocimientos, o su propia opinión, que siempre será la mejor. La conversación tuya no les interesa en absoluto.
Si haces el intento de hablar tu, levantarán la voz, sin perder el hilo de lo que están diciendo, para impedírtelo. Y por supuesto, seguirá hablando; así que mejor te callas porque no te escuchará. En el caso de que llegara a escuchar algo de lo que tú le has contado, te dará la solución y el consejo perfecto; aún sin que se lo hayas pedido.
Intentar saber escuchar al otro, analizarse el tanto por ciento que en determinada conversación has sido tú el que más ha hablado, creer que el otro tiene una voz y puede tener razón en lo que dice, callarse y preguntarle al otro: "¿Y tú que piensas?", y dejarle expresarse, es un buen ejercicio. Quizás la solución ante tales personas es llenarse de paciencia, mantener respeto a lo que habla, hacer una escucha activa incluyendo breves palabras para que sea consciente que hay otra persona en esa conversación, llamar la atención sobre algo que pasa o que está en el ambiente o la naturaleza... o simplemente mostrar tu aburrimiento.
¡Hasta la próxima, primero Dios!
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