Todo gratuidad
Me levanté como todos los días sobre las diez y media de la mañana. Pero ya lo hice con una determinación. Y eso significa que me encontraba bien, pues me iba a vestir con la ropa apropiada con la tarea que iba a hacer.
Pero, sin saberlo, iba a ser un día magnífico, aunque no todo iba a ser en principio positivo.
Pero, sin saberlo, iba a ser un día magnífico, aunque no todo iba a ser en principio positivo.
Me vestí de albañil, jajaja. Iba a quitar los escombros que tenía en la parte derecha de lo que no está construido en mi patio. Ya sabía cómo transpórtalo y dónde tirarlo. Eso había pensado antes de levantarme y me ayudó a tomar la determinación de hacerlo.
Cuando me levanto veo que me han echando un sobre por debajo de la puerta. Es la citación para hacerme los TACs para el lunes 10 de junio. Ya estaba inquieto de que no llegará y había pensado que tenía que llamar a la Seguridad Social para ver qué pasaba con ello. El médico lo había solicitado el 20 de abril y me ha llegado la cita treinta y nueve días después.
Voy a tomarme las pastillas y ¡No hay agua en el grifo! Y en ese instante pensé que no tenía ni una botella de agua. Así que me tomé las pastillas con un refresco.
Voy a poner en la agenda la nueva cita y descubro un pequeño problema: al día siguiente, el 11 de junio, tengo la extracción de sangre. Pensé que no sería normal hacerme ese día el análisis, por lo que decidí preguntar si debía cambiar esta cita.
En el segundo y último viaje para tirar los escombros pasé por el consultorio. Allí la médica, Susana, me dijo que sería mejor hacerme antes el análisis, pues podría alterar en algo lo relativo a los riñones la inyección del contraste para hacerme el TAC.
Ya tenía otra tarea que hacer, cambiar la cita de la extracción. ¡Ah, eso de que puedas preguntar a tu médico cosas como esa, es calidad de vida de los pueblos pequeños!
Cuando llego a casa y estoy llamando por teléfono para cambiar la cita, mi vecino Antonio llama a la puerta y me dice que la rueda derecha delantera del coche esta vacía. Quedamos que cuando hiciera menos calor la cambiaríamos.
Llamo como a cinco número distintos para poder cambiar la cita del análisis. La centralita no me dirigió bien y pasé de uno a otro. El último que me dieron, que yo creí que era de hematología, era de infeccioso. Cuando me dice que no era allí donde debían cambiarme la cita, y al ver que era infeccioso, reconocí la voz de Marisa, la que me daba las citas para el doctor Elías Cañas. Al decirle que era el quinto número al que llamaba y llamarla por su nombre, ella me reconoce y decide, por sí misma, cambiarme la cita del análisis de sangre preguntándome cuándo me interesaba. ¡Genial!
Después de almorzar y ducharme, ya que el agua llegó aunque con poca presión, duermo la siesta.
Por la tarde me pongo a alisar la parte izquierda del patio no enlosado. A base de pico, pala y rastrillo lo dejo más o menos liso. Esto lo hago poco a poco, por lo que me lleva unas dos horas, al mismo tiempo que riego mi pequeño huerto.
Sobre las siete de la tarde salgo a limpiar el maletero del coche. En mi primer viaje giré rápidamente hacia el sitio donde iba a dejar los escombro y los dos cubos que estaban de ellos llenos volcaron. El maletero se lleno todo él. Tiré lo que pude, pero se quedó muy sucio.
Cuando lo estoy limpiando sale Antonio mi vecino y me ayuda a hacerlo. Al mover el coche de la acera para poder cambiar la rueda, llanta en Guate, llega a su casa mi otro vecino, Joseíllo, con su hijo Diego. ¡Ya no tuve nada que hacer! ¡Ellos hicieron todo! ¡Gracias, gracias, gracias!
Regué las macetas, me duché otra vez... y llegó Antonio Galán para poner los cristales de la obra de arriba, y, aunque eran cuatro meses después de cuando lo tenía que haber hecho, me gustó que estuvieran por fin puestos.
Cuando estaba haciendo la cena, le escribí de broma a Lourdes Soriano y de ahí salió una cita para comer con ellos en la feria de su pueblo el próximo viernes.
Mi amigo Manolo, el esposo de Fátima, me invita, sobre las 10,19 de la noche, a una ¡Cata de cervezas! para el día 5 de junio en Sevilla.
Cené arriba, "en la terraza de primavera", ya de noche, con un ambiente ideal, y recordé lo que me había acaecido en el día. ¡Vaya día!
La cantidad de gente que he encontrado y que me han hecho feliz: Susana, la médica; Antonio y Joseito, mis vecinos; Marisa, la secretaria de infecciosos del Virgen del Rocío, y las otras personas que me atendieron por teléfono; Antonio, el cristalero; Lourdes, con su invitación a su feria, Manolo, para la "Cata de cerveza".
Y antes de acostarme decidí poner todo esto por escrito pues es una manera de agradecerle a todos, y a través de ellos al Padre, tanto cariño hacia mí en este día. ¡Todo ha sido gratuidad! Todo ello me invita a la humildad ante tanta generosidad. Gracias Amigos, Gracias Padre.
¡Hasta la próxima, primero Dios!