domingo, 10 de diciembre de 2017

Mi nueva casa


Hacer aquello que se desea hacer en cada momento, cuando las posibilidades te lo permiten, es una de las aspiraciones personales. No siempre se puede hacer pero, cuando se puede, te aporta serenidad y bienestar.

Casa abierta


El mes de octubre pasado es el primer mes en el que ya veía cómo iba a enfocar mi vida aquí después de venir de Latinoamérca. Los meses anteriores, en los que mi ritmo de vida era lento, entre lo que hice fue  arreglar y adecentar la casa. Hacerla un hogar. No había disfrutado de las últimas, y casi definitivas, reformas que había introducido en ella. Ahora ya, una vez todo ordenado y arreglado, podía habitarla de una manera más confortarble y abrirla a familiares y amigos. 
El lugar dónde se encuentra es maravilloso. Por la parte de atrás se ve desde la casa lo que es el paisaje típico de este lugar: la dehesa. En este caso una explotación ganadera. Esa finca tiene caballos que se acercan hasta la alambrada, tiene encinas que dejan caer las bellotas a mi patio, ovejas que pastan libremente y cochinos ibéricos. Y por delante de la casa discurre un afluente del Hueznar, el Galindón, en medio de un bosque de galería de chopos. Desde las ventanas se observa ese precioso paisaje. 
Y si el paisaje es maravilloso qué decir de mis vecinos. La relación con ellos es magnífica. Llamarle a cada uno por su nombre es algo importante para mí y para ellos. No faltan días que no te ofrezcan productos que ellos trabajan, hacen o compran. 

Carmen vive un poco apartada de mí. Es hermana de mi vecina Rosario y tiene noventa y dos años. Las dos son unas delicias de mujeres. Una mañana llama a mi puerta Rosario con una bolsa de plástico y me la da diciéndome que su hermana había intentado dármela pero no había podido. La abro y veo que contiene dos plátano, dos peras, seis huevos, una longaniza y un chorizo. Me quedo sorprendido, sonrío y le doy dos besos a Rosario como señal de agradecimiento y la estrecho hacia mí con un abrazo. Realmente me conmovió el detalle.
Vivir con gente sencilla tiene esos momentos, esas atenciones, esa generosidad que te deja sin palabra y descubre la bondad del ser humano.
Pero este lugar tan especial, a más de cien kilómetros de Sevilla capital, tiene la desventaja de no poder estar cerca de muchos amigos. Y por ello he procurado que mi casa sea un lugar de encuentro. Un lugar acogedor para los amigos de aquí y los de fuera. 




Y aunque sea esporádicamente también tengo la posibilidad de encontrarme con amigos en Sevilla por diversos motivos.



            
              ¡Hasta la próxima, primero Dios!

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