Mi querida hermana mayor, María del Carmen, falleció el martes. Sentí, si fuera un árbol, que me arrancan una rama. Para los solteros su familia son sus hermanos y sus familias. Supone un dolor irreparable y no consolable. El corazón late a un ritmo mayor. Tuve la suerte de verla aún consciente al llegar a Morata el viernes, de hablar con ella, de escuchar de sus labios, además de su deseo de despedirse a través mía de los otros hermanos, de la frase que viene de titular de la crónica. Lo mismo dijo de la familia de David, su esposo. Se despedía diciendo que había sido muy feliz.
Antes se había despedido de su familia. ¡Qué fortaleza, que madurez! Fue una persona muy profunda. Divertida, alegre, cariñosa, cercana, prudente.Fuerte ante la adversidad como lo ha demostrado siempre y lo pudimos ver en su enfermedad. Esto se demostró al preparar, y prepararse, para la celebración de su funeral. Unos de los momentos de ésta, lo traslado tal y como se leyó en la misa exequial. Así explicaron porque lo leían en ese momentos.
Y TUVE QUE ACEPTAR...Que no sé nada del tiempo, que es un misterio para mí y que no comprendo la eternidad.Yo tuve que aceptar que mi cuerpo no sería inmortal, que él envejecería y un día se acabaría.
Y tuve que aceptar que estamos hechos de recuerdos y olvidos; deseos, memorias, residuos, ruidos, susurros, silencios, días y noches, pequeñas historias y sutiles detalles.Tuve que aceptar que todo es pasajero y transitorio.Y tuve que aceptar que vine al mundo para hacer algo por él, para tratar de dar lo mejor de mí, para dejar rastros positivos de mis pasos antes de partir.Yo tuve que aceptar que mis padres no durarían siempre, y que mis hijos, poco a pocoescogerían su camino y seguirían ese camino sin mí.Y tuve que aceptar que ellos no eran míos, como suponía, y que la libertad de ir y venir, estambién un derecho suyo.
Yo tuve que aceptar que todos mis bienes me fueron confiados en préstamo, que no me pertenecían, que eran tan fugaces como fugaz era mi propia existencia en la Tierra.Y tuve que aceptar que los bienes quedarían para uso de otras personas cuando yo ya no esté aquí.Yo tuve que aceptar que barrer mi acera todos los días no me daba garantía de que erapropiedad mía, y que barrerla con tanta constancia sólo era una fútil ilusión de poseerla.Yo tuve que aceptar que lo que llamaba “mi casa” era sólo un techo temporal, que un día más, un día menos, sería el abrigo terrenal de otra familia.Y tuve que aceptar que mi apego a las cosas, sólo haría más penosa mi despedida y mi partida.Yo tuve que aceptar que los animales que quiero y los árboles que planté, mis flores y mis aves eran mortales. Ellos, no me pertenecían. Fue difícil pero tuve que aceptarlo.Yo tuve que aceptar mis fragilidades, mis limitaciones y mi condición de ser mortal, de ser efímero.Yo tuve que aceptar que la vida continuaría sin mí, y que al cabo de un tiempo, me olvidarían.
Humildemente confieso que tuve que librar muchas batallas dentro de mí para aceptarlo.Y tuve que aceptar que, No sé Nada del Tiempo que es un misterio para Mí, que No comprendo la Eternidad y que nada sabemos sobre Ella. Tantas Palabras escritas. Tanta necesidad de explicar, entender y comprender este Mundo y la Vida que en él Vivimos!Pero me rendí y acepté lo que tenía que aceptar y así dejé de sufrir. Deseché mi orgullo y mi prepotencia y admití que la naturaleza trata a todos de la misma manera, sin favoritismos.Yo tuve que desarmarme y abrir mis brazos para reconocer la Vida como es. Reconocer que todo es transitorio y que funciona mientras estemos aquí en la tierra.¡Eso me hizo reflexionar y aceptar, y así alcanzar La Paz tan soñada! (...)
¡Qué claridad. que serenidad, que capacidad para dejarnos a todos este mensaje de desprendimiento y aceptación de su situación, de ser consciente de la gravedad de su enfermedad!
Con dolor, unido a la certeza de que ahora está en los brazos del Padre, y desde la fe que compartimos, siempre sentiremos su presencia entre nosotros.
¡Hasta la próxima. primero Dios!