Dos veces he hablado con mi hermana menor, dos veces. La primera ha sido con motivo de una cita festiva para este miércoles. Esa fue esta mañana. La segunda vez ha sido ya por la tarde-noche. Totalmente distinta. Antes de llamarla tuve un gran tiempo de silencio donde la noche apagó la luz del sol, tanto literal como simbólicamente.
Cuando sonó el teléfono, hacía las cuatro de la tarde, sabía que era ella. Es la única que llama al fijo salvando los de servicio de salud de mayores. Y me dio la noticia de que le han diagnosticado que su tumor se ha extendido por su cuerpo. Viví ese momento en el que la angustia se agarrota en la garganta y no te deja emitir ningún sonido. Seguí escuchando y le dije dos frases: hay que luchar contra ella y hay que tener esperanza y fe, como creyentes, para que nos ayude en mantenernos firmes. Al final le mandé muchos besos.
Y ya entré en un silencio total. Le quité hasta el sonido al televisor. Y mi mente no dejaba de pensar en lo que me había dicho. En lo mucho que me unía a mi hermana mayor. Pues desde que se fue a vivir a Madrid, a los pocos meses de su matrimonio, soy el hermano que más tiempo ha pasado con ella y su familia debido a los casi cinco años que viví en la capital. Cuando la operaron del tumor del brazo hace un año vi tan normal ir a Madrid que ni me lo pensé. Aquello ha desencadenado esto. Sabíamos que el brazo no va bien, pero nunca pensamos que desembocaría en esto.
Ahora me queda, en medio de esta tristeza que me inunda, mantener mi confianza en que todo es posible. Y que desde nuestra Fe, el Señor le de a los médicos la suficiente clarividencia en lo que tienen que hacer, que los medios que utilicen sean los adecuados. Y a mi hermana que mantengan una actitud colaboradora a pesar de lo duro que pueda ser. Me inunda una profunda tristeza, pero creo en la Vida.
¡Hasta la próxima, primero Dios!