Hacía años que no iba a la feria de Arahal. He disfrutado mucho. Poder sentarte en mi caseta, o en cualquier otra, con unos y con otros, charlar tranquilamente casi en una caseta vacía, hablar de todo, sentirme a gusto en todo momento, es una sensación única. Me lo decía mi amigo Jesús: "!Qué te gusta"! Ex alumnos que, después de muchos años, te llaman cuando paseas para que te unas a ellos; camareros que me reconocen cuando les digo el nombre al que tienen que apuntar la cuenta; matrimonio que me dice que les casé hace cuarenta y dos años; personas, a las que conozco casi de vista, que me dan un abrazo de categoría. Esto es parte de lo que supone para mí estar de feria.
Y detrás de una otra, la de Alcolea. Allí estuve al final de mi vida profesional. Me quedo en casa de Vargas un ex alumno. Con él, y con otros, pasamos toda la tarde-noche del viernes.
Que se te acerquen aquellos a los que distes clase, que te cuenten sus vidas actuales, tomarte una copa o cenar con ellos, es algo muy agradable.
Me acaba de traer Gloria, mi vecina, una bolsa de cebollas. Han arrancado ya su huerto y se ha acordado de mí. Hace unos días fue mi vecino Emilio, unos racimos de uvas de su viña. Esto, que no es una excepción, me provoca una satisfacción única. Es verdad que en los pueblos esto es mucho más normal que la ciudad, pero, cuando sucede, me quedo sin palabra. Es algo que me hace sentirme muy bien y muy agradecido a las atenciones que tienen conmigo.
Sí, estoy feliz en este pueblo, y estas muestras de cariño, a veces tan sencillas, me hace estarlo aún más.