A propósito de un artículo del mundo del día 23/01/19
En Navidad un amigo mío me preguntó sobre cómo me encontraba en estos momentos, qué hacía, a qué dedicaba mi tiempo. Le dije que, aunque bajaba a Sevilla algunas veces en el mes, me pasaba todo el tiempo en mi casa. Y que en ella estaba incluso días enteros sin salir. Él, que me conoce bien, se extrañaba de ello, de que hubiera cambiado tanto.
Y le expresé lo que hacía: leer, algo que me encanta hacer, tanto libros como los periódicos por Internet; pasear por los alrededor del pueblo, lo que debería hacer más; escuchar música clásica, jazz, latina, pop...; contemplar y leer las lecturas del día; hacer las cosas de la casa, algunas me encantan y me lleva mucho tiempo; ver películas, lo que nunca pude hacer; ir a comprar; cuidar el jardín; tener encuentros con la familia y amigos...
Y leyendo "El Mundo" me encuentro con un artículo que tiene el título de esta crónica. En parte coincide con aquello que estoy viviendo. Así que lo comentaré.
"Abandonar la vivienda habitual para instalarse en esa otra casa antes relegada a las vacaciones o estancias de fin de semana es la decisión que algunos jubilados toman con la llegada del fin de su etapa laboral. Un cambio residencial que, si no es obligado, conlleva un buen puñado de ventajas".
Eso me pasa a mí. La casa de San Nicolás ha estado ahí para usarla en verano y algún que otro fin de semana. No era una casa abandonada porque mis familiares y amigos la han disfrutado durante los años que la he tenido. No dudé en venir a vivir en ella, como mi casa habitual, cuando volví de latinoamérica.
"Antes o después, el deseado (y a veces por algunos también temido) momento de la edad dorada llegará a nuestras vidas. Deseado, porque la jubilación significa un merecido descanso. Temido, porque nuestro capital económico y social se verá reducido, y no siempre sabremos en qué invertir tanto tiempo libre. Son muchos los que planean este retiro con antelación, imaginando viajes, tiempo de ocio y momentos indefinidos de relax. Están también los que no planifican y deciden improvisar a las puertas. El impacto de la jubilación no siempre es el mismo para todos".
Tenía que cambiar de planteamiento en mi vida pues esta había cambiado. Sí, también es cierto que tengo algún problema de salud pero esto no me impide sentirme bien. Quizás en que estoy un poco más de cansado de lo normal. Pero sí que veía que lo normal, en esta tercera etapa, tenía que ser otra mi vida. Y mi estancia en Guatemala y Ecuador me ayudó a descubrirlo.
“Para muchos, el final de la vida laboral supone el final de buena parte de su vida social, de relaciones, de estar ‘conectado’ con el mundo. Puede vivirse como una ‘muerte social’. Se pierde visibilidad, importancia, presencia. Se puede descomponer buena parte del capital social que se ha acumulado a lo largo de la vida. Para otros muchos, significa una liberación del mundo del trabajo, un expandirse la vida en el ámbito personal y privado, un ganar muchas horas del día para dedicarlas a lo que uno quiera (si es que sabe y quiere dedicarlas a algo)”, explica Francesc Núñez, sociólogo y director del máster en Humanidades de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC)".
Quizás, y después de haber tenido una vida muy ocupada necesitaba tenerla ahora más reposada. Y era ya hora de realizar otro tipo de actividades. De ahí que no me importara realizar tareas que nunca había hecho cuando llegué a Guatemala.
“Jubilación puede significar también abrir las puertas al tiempo libre y a ocupar la vida en las actividades que antes se programaban en este tiempo de no-trabajo. También puede significar tiempo para los demás, para dedicarlo a los que te rodean o al ‘cultivo del espíritu’ –que es lo que ocio quiere decir en griego–. Socialmente, prima este descenso o desaparición de la vida social (del mundo laboral) y, claro está, también productiva (en términos económicos). Disminuye, como he dicho, el capital social”, añade el experto".
Al jubilarme cambié lugar y de tareas. Siempre me pareció algo muy agradable dedicar un tiempo de mi vida a los demás de una manera muy concreta. Y pensé dedicar entre 3 a 5 años a esa tarea. Esto me sirvió, además de aprender muchísimo, a cambiar el estilo de vida. Y por supuesto seguí engrandeciendo mi capital "social" haciendo buenos amigos.
"Con la llegada de la jubilación se termina una etapa vital que deja paso a otra nueva y distinta. Y cada vez son más quienes encuentran en este momento la excusa perfecta para abandonar la ciudad en la que siempre han vivido y trabajado para instalarse en su segunda residencia, ubicada en la sierra o en la costa, y antes utilizada exclusivamente en periodos vacacionales o para escapadas de fin de semana".
Vivir en San Nicolás ha estado siempre en mis planteamientos. Lo era cuando decidí venir aquí tras mi estancia en París en 1992. Me marché por situaciones familiares en 1997. Y me dejó siempre el deseo de volver. Se me ofreció esa posibilidad tras la vuelta de Ecuador veinte años después.
"Según datos del INE de 2017, el 22,42% de los jubilados tiene una segunda vivienda en propiedad. “Suele ser una vivienda que ya está pagada y con un mantenimiento más reducido que la vivienda habitual. Por lo tanto, los gastos asociados a la vivienda se reducen, del mismo modo que se reducen los ingresos al empezar a cobrar la jubilación. En otros casos, simplemente se trata de una vivienda adquirida tras vender la vivienda principal, que se nos quedó ‘grande’ por la marcha de los hijos. El dinero obtenido permitirá comprar, terminar de pagar o reformar nuestra ‘segunda’ vivienda y tener además unos ahorros para vivir con tranquilidad”, apunta Esteban Caso, director de Calidad de Gilmar Consulting Inmobiliario".
La casa de San Nicolás del Puerto la compré en 2001 y terminé de pagarla a finales del año pasado. Era económicamente asequible para mí pero inhabitable. Esto hizo que poco a poco la tuviera que acondicionar. Y tras dieciséis años de trabajos, en el momento de volver la casa ya estaba en condiciones aceptables para hacerla mi hogar.
"¡Adiós estrés!
Después de años de duro trabajo, la llegada de la jubilación nos permite tener tiempo libre y menos obligaciones. Siempre asociamos la idea de la segunda residencia con descanso y relax, con momentos agradables y buenas sensaciones. Los que, decididamente, optan por instalarse en ella encuentran en esta decisión una especie de opción natural".
Vivir en una casa que se encuentra en un Parque Natural, que tiene delante un riachuelo con un bosque de galería, a unos cincuenta metros de una playa fluvial y rodeada de caminos donde pasear en medio de la naturaleza es algo que no tiene precio.
“El retiro a la segunda residencia, que se supone que era un lugar para estar ‘mejor’ que en la ciudad o que en el lugar habitual, es una opción natural y normal cuando la situación personal lo permite. Seguramente, esto tiene que ver con valorar la jubilación como unas ‘vacaciones a perpetuidad’, que responden más a un deseo y una falsa percepción que a una realidad de la vida cotidiana de la mayoría de las personas que se jubilan. Jubilarse no siempre implica desvincularse de todo lo que te ‘sujeta’ y configura tu día a día (la red de relaciones en la que estamos inmersos). Y tampoco se puede estar de vacaciones continuamente cuando uno se jubila”, sostiene Francesc Núñez".
En mi caso el deseo se ha vuelto realidad. En ese estadio es en el que me encuentro en estos momentos tras año y medio de vivir así.
"El sociólogo concreta que el retiro a la segunda vivienda responde, sobre todo, a un agotamiento de la vida en la ciudad, cada vez menos satisfactoria y sometida a todas las presiones de la capitalización. “La ciudad, en buena medida, se ha convertido en un mercado, especulativo, donde lo único que hay son opciones de consumo (de diversiones/ entretenimiento, de objetos, de personas, etc). Salir de la ciudad es, de alguna manera, recuperar un estilo de vida más ‘auténtico’, más personal, más expresivo. Lejos de recuperar el ocio en el sentido griego (el cultivo del alma), nos deshacemos un poco del estrés consumista de la ciudad”, asegura".
La vida en un pueblo, y en un pueblo con menos de seiscientos habitantes, es otra cosa muy distinta a vivir en una gran ciudad. Es diferente. Vivir con gente sencilla del campo, que te ofrecen lo que tienen, completa y da más valor a esta situación de bienestar. Como mis expectativas están muy claras, y ya sabía como era el pueblo, mi estancia aquí se desarrolla de una manera muy aceptable.
"Ahora bien, ¿es el cambio a la segunda residencia, cuando llega la jubilación, una buena decisión? Si actuamos por gusto y deseo personal, y no por necesidad, sí lo es. “La calidad de vida que ofrecen los escenarios donde poder retirarse a vivir la edad dorada no tiene comparación con la que ofrecen las grandes ciudades. Las opciones de ocio saludable y calidad de vida de la costa o la montaña son insuperables, siempre que no seamos cosmopolitas”, explica Esteban Caso".
Totalmente de acuerdo. Tomé una muy buena decisión. Y aunque conserve la casa familiar de la capital, donde puedo quedarme cuando tengo necesidad, mi vida se desarrolla en San Nicolás del Puerto.
¡Hasta la próxima, primero Dios!