sábado, 17 de marzo de 2018

Volver siempre es una alegría.

Quince días en Guatemala
El mes de febrero se preveía lluvioso. El puente de Andalucía favorecía el no tener que acudir a las clases de francés, mi máxima ocupación en este momento. La búsqueda en internet fue favorable al encontrar un vuelo ida y vuelta dos tercios más barato que lo normal. Todo ello, junto con la añoranza del país, de sus playas y de los amigos, reunía los ingredientes para estar sentado, en menos de lo que pensaba, en el AVE camino de Madrid para tomar el avión rumbo a Guatemala vía Miami.
Por obra del destino fui directo a Guatemala capital. Cinco películas es el tiempo que dura el viaje. Se me hizo cómodo. Al ir marchamos a favor del día por lo que llegué allí el mismo día por la tarde. Esperándome en La Aurora estaba el eficiente taxista Sergio y en la capital mi querido amigo Pheter.
Estar en la capital es siempre agradable pesar de su caos circulatoria y de la inseguridad que existe. No hay que moverse mucho del centro que está más vigilado y dónde hay buenos sitios para quedarse y para comer. 
Comencé, solo, el viaje. Xela primero, para ver a Rafael y  cómo marcha su panadería, y después Huehuetenango fueron las dos ciudades de mi primera parte de la estancia. 
Ver a los amigos, citas con el médico, visita a Ixmucané es lo que allí hice. Sin pensarlo me eliminaron  un absceso de la oreja que me acompañaba hace tiempo. Así me lo recomendaron mis amigos dematológicos Sonia y Juan. Unos puntitos y todo bien. Esto más otro día con la dentista Eunice hizo que ya diera por satisfecho este viaje.
Pero además estar con Carmen y Juan Carlos, con Ernesto y Hellen, Con Manolo y Ana, con Saraney y Luna, con Concha, con Mynor, Shirley y Diego, Mateo, Danilo, Joel, Esvín y Willy me hizo muy feliz. Y visitar a las amigas de Ixmucané Celia, Pepi, Rosa, Olga, Paula y las chicas que aún están allí desde mi estancia hace dos años... completó una buena primera parte del viaje.

Después, me dirigir a buscar lo que quería encontrar: el sol, el calor, la playa de Tilapa. Aunque el llegar lleva casi toda la jornada merece la pena. Una vez en el hotelito de D. Alex me encuentro como en casa. Me siento muy bien acogido en él. 
Sin preverlo me pasé todo un día con Mardoqueo, un tuctuquero al que conocía de otros viajes. Su vida merece un libro. Con unos treinta años, tres hijos de dos mujeres diferentes, y haber vivido en México y en EEUU, el relato de lo que ha vivido es todo un ejemplo de lo que viven muchos de los jóvenes de Guatemala. 
Pasear por la playa desierta, bañarme en las aguas del pacífico, contemplarla puesta del sol, beber una cerveza en un bar donde están los lugareños y tomar la lancha para ir del manglar-isla al puerto y viceversa, son momentos únicos que me hace sentir muy bien. Los caldos de mariscos, realizada por la esposa de D. Alex, son de los mejores que como. Los ingredientes los tiene muy a mano.

Pasado esos días tuve que volver a Xela dónde me encontré otra vez a Pheter. Quezaltenango es una ciudad que me gusta mucho y que tiene unos restaurantes magníficos y asequibles. Bueno la vida no es muy cara en comparación con España.
Para terminar mi estancia estuve unos días en la capital. El domingo por la mañana una procesión que sale en Semana Santa salía muy cerca de donde estábamos. Es una costumbre que se realiza los domingos de cuaresma. Con mucha semejanza a nuestra hermandades de aquí, mantiene características propias. En ella participan muchas personas, hombres y mujeres, pero sin capirote, cucuruchos le llaman ellos.
La vuelta se pareció mucho a la ida, excepto que está vez sí pasé por Miami. Entrar en EEUU, dónde no hay el concepto de estar en tránsito, es siempre un momento especial. Pero para los europeos es relativamente fácil.

Así acabé mi viaje que me resultó diferente a otros que he realizado a Guatemala porque era algo con un tiempo corto. No iba para quedarme y eso me daba unas sensaciones especiales. Además vine bien de salud, que no es poco. 
La conclusión es que ha sido todo un acierto ir en este momento, sintiéndome agradecido por tanto cariño recibido.

Y después a Rabat
En cuatro día he estado en tres continentes. Tras un día de descanso realicé el ya programado viaje a Rabat.
El sábado día 10 recibía la ordenación episcopal un amigo: Cristóbal López, salesiano, al que conocí en el año 1978. Fui con otros amigos que también lo conocían.
Se ha dedicado casi toda su vida a la misión: Paraguay, Marruecos, Bolivia. Últimamente era visitador de la provincia salesiana de España.
Marruecos, al que había ido hacía más o menos un mes, es siempre un país que me atrapa. La cultura marroquí me atrae encontrándome muy a gusto en ella. A pesar de las diferencias la proximidad para los andaluces es clara. Tanger, cada vez conociéndola de manera diferente, y Rabat son ciudades agradables. 
El objetivo de este viaje era participar en la celebración de ordenación y para ello pusimos todo nuestro interés

La Celebración de Ordenación Episcopal.
La catedral de San Pedro de Rabat estaba muy cerca del hotel donde nos quedábamos. Es muy amplia permitiendo la visibilidad de todos los asistentes. Allí nos presentamos con bastante tiempo para encontrar un buen sitio. Y lo conseguimos. 
La celebración nos ha impresionado. Es verdad que podía tener una novedad personal para nosotros. El que se ordenaba de obispo era conocido y querido y el catolicismo es minoritario en el país. Estoy seguro que esto le dió una impronta muy diferente a otras ordenaciones.
Desde que llegamos veíamos que la organización era muy buena. Estaba a cargo de personas del África subsahariana. Y preguntamos la razón. Los nacionales son musulmanes por lo que no había gente del país. Por lo que los miembros de la comunidad católica de la diócesis o eran blancos europeos o negros de naciones del sur. Los primeros son gente que viven allí desde hace ya tiempo o gente que están trabajando, y son personas adultas. 
Los segundos son muchos más y generalmente estudiantes que están en Marruecos por lo que son jóvenes. Y estos llevaban el grueso de la organización.
La procedencia de estos se verá en el estilo de la celebración impregnándola de vida y de sentimiento, alejándola de otras con un estilo más clásicas, frías y encorsetada. Las canciones y el baile de las ofrendas fueron algo impresionante.
Una celebración es eso celebración. Y celebramos porque estamos agradecidos  al Padre por todo lo que nos sucede. Y esto lo transmitieron los que presidieron la celebración. Lo hizo muy bien el Cardenal de Barcelona, celebrante principal, que mantuvo un ritmo muy dinámico y un nivel cercano a todos los asistentes. Su nivel de comunicación, de transmisión de la vivencia de la fe, fue muy clara. Y qué decir de la celebración cuando Cristobal la continuó una vez ordenado obispo. Siguiendo el estilo ya comenzado hizo una celebración gozosa, profunda y participada. 
Una celebración es una oración, una plegaria, un encuentro con Dios. Y todas sus partes deben ayudar a que así sea. Y eso fue lo que experimentamos. Y ese encuentro debe realizarse con serenidad, paz interior, personal y comunitariamente. Estábamos viviendo un momento intenso de nuestra identidad creyente llenos del Espíritu de Dios.
Así no nos dimos cuenta que la celebración que había comenzado pasada las diez y media de la mañana acababa a las dos de la tarde cuando a la salida miramos el reloj.
¿Dónde estaba la razón de tanta intensidad? Ya he expresado que la sintonía entre celebrantes y asistentes fue total.
"La misión no es hacer Iglesia sino construir el Reino de Dios lleno de paz, justicia, libertad, vida, verdad y amor" es el lema del nuevo Arzobispo de Rabat. 
La idea de Iglesia, de Pueblo de Dios, en la que todos somos iguales y necesarios y sólo se distinguen es la función que unos y otros tienen. Una Iglesia en la el amor es la señal de identidad, no por una opción, sino por que Jesús así nos invito a vivir como mandamiento esencial. Una Iglesia acogedora con todos, en especial a los emigrantes. Una Iglesia que pone en el centro la atención a los pobres. Y una Iglesia que no impone la fe, y que en este país no tiene como función el hacer a otros cristianos, nada de proselitismo. Al contrario una iglesia que hace de puente entre las distintas culturas, religiones, pueblos... 
Y ese fue el mensaje tanto de los que la presidieron como de las peticiones, moniciones y peticiones. Y fue el de Cristobal. Desde la gratuidad de su fe al Padre, en el que pone toda su vida y su ministerio, al Papa y a la Iglesia, fue así de claro en su intervención al final de la celebración. 
Gente de muchos países, la celebración en más de cinco idiomas, el ambiente de fiesta, representantes del islamismo y confesiones cristianas, miembros del gobierno y embajadores... todo ellos contribuyó a que este gran día de alegría para la iglesia de Rabat y para todos los que tuvimos la suerte de participar en ella. Esta ordenación de Cristobal como Arzobispo de la capital de Marruecos será el comienzo de una época de florecimiento de la Comunidad Católica, a la que él se ha comprometido a servir, y en general a las relaciones de ésta con la sociedad marroquí.


¡Hasta la próxima, primero Dios!