
El 2017 lo viví, como ya lo he contado en anteriores crónicas, entre dos sociedades diferentes. Una de ella la latinoamericana y otra la occidental.
La latinoamericana: en Ecuador, cuatro meses, y en Guatemala, casi dos meses. Y en los dos países en dos ocasiones pues el mes de mayo lo pasé en Sevilla, pero regresé a ambos.

Y así he vuelto al lugar que me da mucha serenidad. Cuando terminé mis tres años en París en el año 1992 elegir vivir en San Nicolás. Y me pasé seis años. Hubiera deseado quedarme más tiempo, pero motivos familiares me obligaron a cambiarme a Sevilla capital.
Y ahora, al volver de estos casi cuatro años en Latinoamérica, otra vez he vuelto a él. Es un ambiente que me gusta. Y vivir en el lugar que te gusta es un elemento importante para encontrar el equilibrio personal que buscamos cada persona. En este momento me siento muy bien, quizás porque estoy aquí.
El lugar, el ambiente en donde vivimos, tienen influencia en cómo somos. Se suele creer que el lugar es siempre una cosa externa que no opera cambios en nuestra forma de pensar y de ser, pero quizás lo contrario es la verdad. Nuestra sociedad nos ha involucrado de que somos autónomos y la conducta de los demás no nos afecta de manera sustancial, pero pocos realmente lo somos. El lugar (con todo su ecosistema y red de relaciones) de nuestra vida cotidiana se experimenta como un estado mental o sistema operativo. Donde estamos nos transforma cómo somos. Tenemos influencia de nuestros vecinos y del lugar en el habitamos. Y nos define.
Creo que todos intentamos vivir allí dónde pensamos que tenemos que vivir. Es claro que no todos lo pueden conseguir. Pero cuando ves dónde eligen, a igualdad de posibilidades, vivir unos y otros te ayuda a conocer mejor como son. La familia que decide dejar la ciudad para instalarse en un pueblo de la sierra u otra que deja una vivienda en un lugar residencial para trasladarse al centro de la ciudad es ejemplo de que buscan una interacción entre el ambiente y su proyecto de familia que se fundamenta en un deseo de vivir como ellos desean, dónde ellos piensan que van a ser más felices.
Y escribo esto desde lo que experimento en estos momentos y que me llena de paz.
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Entrada a la Medina, cerca del barrio francés. |
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Un ideal lugar para tomar un té observando el Atlántico. |
Me encuentro a gusto en esta ciudad que antiguamente fue internacional. Aún hoy se puede observar el barrio inglés, francés, alemán o español.
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Marruecos, un país abierto y a la vez misterioso. |
Pasear por sus calles sin rumbo definido, entrar en los zocos y medinas sin saber muy bien por dónde voy a salir, tomar té verde en sus terrazas o cafés a los que son tan aficionados los marroquíes, ver sus tiendas y mercados con algunos productos desconocidos, hablar con amigos y tenderos, sentir los olores y observar sus colores, probar sus comidas... me encanta.
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Una arquitectura muy cercana a la nuestra. |
Esta vez, conocí más Tetuán. Es fundamental que te acompañe en una visita a un lugar que no es el tuyo alguien que sea de allí. Y tuvimos la suerte de que Achara nos acompañara, pues nos paseó por toda la medina explicándonos lo que veíamos y respondiendo a nuestra curiosidades. Aunque menos extensas que otras, mantiene una distribución laberíntica con calles estrechas, arcos, escaleras y rincones preciosos. Esta vez me ha llamado la atención los colores diferentes de los barrios por los que pasábamos.
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Hay muchos lugares como estos en Tetuán. |
Tetuán es una ciudad de gran influencia española ya que es la ciudad con más rasgos andalusíes de Marruecos.
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Los exquisitos pasteles marroquíes. |
En Marruecos se siente uno cómodo y seguro. Hace unos años hizo una reforma constitucional para adaptarse a los nuevos tiempos y porque estaba temeroso de la revoluciones de otros países musulmanes. Y aunque está lejos de cumplir los estándares democráticos europeos, es un bastión contra el fundamentalismo.
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Dispuesto a degustar la excelente cocina marroquí. |
Ya he dicho que la comida me encanta.
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Paseando por medio de la medina. |
El trato de la mayoría de la población con el extranjero es muy cercana. Y con los andaluces son especiales. Alguien a la puerta de madraza de Fez me dijo que era un marroquí andaluz, al decirle que no era de allí.
Los cuatro días que pasé en fin de año en Marruecos fueron realmente fenomenales.
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Con mi amigo Sixto en la plaza mayor de Tetuán. |
¡Hasta la próxima, primero Dios!