El día 25 llegó. Y fue un día intenso, festivo, agradable y, en algunos, momentos, sorprendente. La boda fue por el rito evangélico, exactamente, pentecostal, que es la iglesia en la que ellos participan. El haber estado el día anterior preparando el lugar del convite me posibilitó el conocer algunas personas más. Ese día terminé yendo a la peluquería con el novio.
Hay símbolos propios: el cordel qué une a los novios toda la ceremonia, la entrega de la Biblia para que la lectura diaria sea normal en su hogar, los cojines para recordarles que tienen que arrodillarse ante el Señor, la bendición de personas mientras le impone las manos.
supuesto hay momentos para las canciones, muchas y fuerte, y para el sermón tanto del que presidía la ceremonia, que pertenecia a una comunidad cercana, un tocayo mío y el de la propia comuniad: Israel. Estuve hablando bastante con ellos pues me sentaron a mi lado en el banquete.
Tras la ceremonia pasamos en un salón adyacente, separado por una cortina de la iglesia, para tener el convite. El plato, pipían, típico de la cocina guatemalteca, y la tarta. Por supuesto la bebida a base de refrescos. Un momento especial es el de partir el pastel. Los novios se sientan en un sitio especial en ese momento y se reparte el pastel entre los invitados. Nada de alcohol. Ni tampoco baile.
Después, en una inmensa limusina, donde cabíamos unas quince personas, fuimos al centro del municipio a hacernos las fotos. Otra novedad para mi.









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