Ayer era el día central de mi estancia en Stockton en el que tenía previsto ir a S. Francisco.
Como ya escribí en la anterior crónica llegué el 29 a primera hora de la madrugada. Pasé la mañana charlando con María, escribiendo la anterior crónica y sacando el boleto para S. Francisco lo que nos llevó algo de tiempo. Almorzamos cuando llegaron los que están trabajando, en un restaurante guatemalteco. Por la tarde-noche tomamos en casa unas cervezas con algunas botanas.
El día de ayer me levanté temprano, pues debía tomar el bus a las siete cuarenta de la mañana en la estación de autobuses que se encuentra a una media hora de la casa donde me estoy quedando.
Vía Sacramento llegué a S. Francisco. Bueno llegué por chiripa. Porque en Sacramento, en la pantalla de la estación de autobuses ponía que el bus a S. Francisco saldría por la puerta cuatro. Como no entendía lo que decía los altavoces, yo vi un movimiento hacia la puerta tres, miré a la pantalla y seguía escrito lo de la puerta cuatro. A dos minutos de la salida, me dirijo hacia la puerta cuatro. La persona que tenía que pasarme la maquinita para leerme el QR dijo que ese no era el bus, que era otro, y me indicó cuál era.
Aunque no era aún la hora las puertas ya estaban cerradas. Todos los pasajeros dentro y yo llamé a la puerta. La chofer me abrió. Entré. Me hablaba, pero no entendía lo que decía. No le vi una buena cara. En un momento, con las manos, me dijo que me bajara. Salí. Pero ella también lo hizo con el aparato que lee el QR. ¡Ufff! Pensaba que me quedaba en tierra.

La llegar a S. Francisco pasé por otro puente, no el colgante, si no otro que tiene 13 kilómetros de largo. ¡De lejos vi la isla de Alcatraz!
Al llegar encontré pronto una estación de metro. El motivo de mi visita era ver el puente Golden Gate. Tenía unas tres horas y media hasta que tomara en bus de regreso. Y no tenía ni idea cómo llegar. Pensé en el metro y me acordé de Alejandra de la estación de autobuses de Los Ángeles.

Bajé y en una garita, realmente no se como llamarle a ese sitio, vi a una mujer que miraba si todo el mundo pasaba legalmente por las máquinas de control.
Era una mujer, en este caso negra. Se llama Cristina. Me atendió fenomenalmente. Como no hablaba español, no m entendía. Llamó por un teléfono interno a una compañera que lo hablaba. Ella me preguntaba qué quería y se lo traducía al ingles. Finalmente entendió lo que quería.
No era el metro lo que tenía que tomar. Era primero un tranvía y después un bus, el F y el 28, para llegar al puente. El precio era seis dólares. En los dos tendría que llegar al final del trayecto. Pregunté donde podía comprar el tique. Ella fue a unas maquinas y me dijo que eran 6 dólares. Le di un billete de 10. Ella fue a otra máquina que lo cambió por dos de cinco. Yo le añadí un dólar. Sacó un billete para dos horas. Me lo dio. ¡Salió conmigo a la calle! Y me indicó dónde debía coger tranvía F. !Bravo por Cristina!

¡Precioso el puente y el entorno! Algo que añadir a la lista de sitios excepcionales. Quedé asombrado.
Y como no quería llegar tarde a la terminal, la experiencia de Sacramento me seguía dando rumbo en la cabeza, volví en el siguiente autobús.

Llegué quince minutos antes de las cuatro de la tarde. "Pa' ná". ¡El autobús no llegó a su hora!
Ni a la otra, ni a la otra... llegó a las siete y cuarenta. No sabía lo que pasaba. Nos dijeron que saldríamos sobre las ocho de la noche. Mi inquietud es que a las diez menos cinco tenía la conexión con el que me llevaba de vuelta a Strockton. Llegó dos minutos antes que saliera.
En fin lo que ya dije en la primera crónica del viaje se cumplía: "¡Un viajecito movido!".

Yo siempre estuve bien, tranquilo y, por qué no, contento. Me sentí muy bien paseando por San Francisco. No estaba inquieto, ni con malestar alguno, ni desesperado. ¡Lo que tiene que pasar, pasará! Hay cosas que no dependen de un mismo y hay que aceptarla como vienen y no deben turbar nuestro espíritu. Y ya todo bien. Esta noche saldré sobre las once hacia Los Ángeles y esa será otra etapa de mi estancia aquí. Hasta entonces disfrutar de estar aquí, y hacerlo con mis amigos. ¡Gracias Señor!
¡Hasta la próxima, primero Dios!
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