Esta mañana he tenido que ir a Cazalla de la Sierra por varios motivos. Me avisó ayer Pepe, el del taller, que ya había recibido la máquina que rellena el aíre acondicionado del coche. Y apunté en un papelito, cosa que aprendí de mi madre, las cosas que debía comprar en las tiendas de allí. Así que el viaje me iba a salir de mucho provecho.
Después de ir al médico donde pude charlar con varias personas que esperaban a Susana o al enfermero, y disfrutar de la amistad que me unía con las ellas, y tras hablar con la médica, fui a coger el coche que estaba en la puerta de mi casa.
Bajando por la calle cruz, me acordaba del cariño de Esperanza, de novena y tres años, que estaba sola en el médico para hacerse una prueba del talón que tenía que ver algo sobre la diabetes. No tenia ni idea de ese tipo de prueba. Ella esta muy bien de salud. Madre de cinco hijos de los cuales soy amigo. Me senté a su lado. Ella, hablando, me ponía la mano sobre mi rodilla para acentuar lo que decía. Me parecía un gesto de cercanía y cariño hacia mí. Eso se me quedo grabado.
Al llegar al taller, Pepe tenía enchufado un vehículo a la máquina del aíre acondicionado. Me dijo que no funcionaba bien. Que tenía que resetearlo o algo así. Lo vi abrirlo y hacer algo con él. Me preguntó si había venido expresamente a Cazalla por este motivo y le dije que sí.
Entonces le dije que no pasaba nada, que podría venir la semana próxima. ¿De verdad que no te molesta?, me preguntó. "¡Para nada, Pepe!" le respondí. Mi relación con él es amigable y simpática. "¡Qué bueno!" le escuche decir, en voz baja. "De todas forma, si consigo arreglarla, te llamo esta tarde. Esta haciendo mucho calor para ir por ahí sin aire", me dijo. Yo le dije que muy bien y el me dijo que me llamaría.
Pasé por el chino a comprar varias cosas y voy a la ferretería en el mismo polígono industrial. Llego y, en silencio, me quedo haciendo la cola, pues había mucha gente. Me dice Javier pasado un rato, al verme: "¿Qué callaíto estás hoy?". Con Javi me llevo muy bien. Lo conozco sólo de despachar. Suelo gastarle bromas y, claro, no se esperaba que estuviera en silencio. Estaban cuatro clientes delante mía y no era cuestión de armarla. Me dice al pasar por mi lado, atendiendo a otra persona, que soy una buena persona, de buenas maneras, tocándome el hombro.
Cuando me atiende Carlos, el dueño, al ir a pagar le doy la tarjeta bancaria. El dice que a ver si hay dinero ya que estamos a final de mes. Yo le digo que soy rico. "¿Rico en qué en dinero, en paciencia...?". "¡Rico en alegría!" le respondo. "¡Eso pienso yo!" me contesta. "¡El que es alegre dura más años!" continúa. Me despido de ellos y, en la calle, me encuentro sonriendo.
¡Qué momentos tan simples y tan llenos de vida! Sin grandes alardes, sin grandes gestos, se puede sentirse uno pleno. La sencillez del gesto de Esperanza, el agradecimiento de Pepe por mi aceptación ante la adversidad, la calidez de las palabras de Javi, la afirmación de Carlos sobre el ser alegre, hace que, incluso ahora que estoy escribiendo esta crónica - y tras estar mirando un rato a través de la puerta de calle abierta, en este verano adelantado, los árboles meciéndose - que no se me halla quitado la sonrisa por estos encuentros.
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