El pueblo tiene cuestas hasta reventar. Dejé el coche a una distancia importante de la casa. No hay posibilidad de aparcar dentro del pueblo. Lo bueno es que mañana al irme todo es cuesta abajo y será más fácil con la maleta.
Al día siguiente había concretado almorzar con Antonio, hijo de mi prima hermana Pepita, y su mujer Irene. Habíamos quedado en un restaurante de El Puerto de Santa María. Llegué y no estaban ellos. Me senté en una mesa y al poco tiempo vinieron hacía mí dos mujeres y un hombre que estaban sentado en otra mesa de la terraza. Al acercarse le dije al hombre: "Yo te conozco". Era Rafael esposo de Pepi, hija de mi prima hermana Pepita, y nieta de Josefa la hermana de mi padre. Las dos mujeres eran su esposa y su cuñada Ana. Estaban allí, invitados también al almuerzo, algo que yo ignoraba, que me habían visto llegar, y que después de un rato de decidir si yo era yo, vinieron a mi encuentro. Al rato llegaron Antonio e Irene.
Una comida magnifica, no sólo por el menú, que también, sino por el encuentro con personas de la familia, en el sentido amplio, a los que conocía y que hacía tiempo que no veía. Cuando ya nos pusimos al día sobre cómo estaban la diferentes familia, la conversación estuvo muy animada e interesante. Estábamos presentes los descendientes de tres hermano: Pepa, Juan y Carlos. Ellos ya nietos de los primeros, y yo hijo del último. Aunque la diferencia de edad no era muy grande porque mi padre era el menor de ellos. Creo que Ana era mi edad más o menos. Los más jóvenes era Antonio e Irene, a la que no veía desde el día en el que celebré su matrimonio en Chiclana hace ya bastante años. Bonito momento que espero que se repita: "¡Yo sí espero que nos volvamos a ver!"
Y después llegué a Vejer. Pero será tema de otra crónica.
¡Hasta la próxima, si Dios quiere!
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