domingo, 24 de agosto de 2025

Vejer

Había visto este pueblo desde abajo cuando pasaba por la carretera, cuando iba a las playas que están cercas. Está sobre una colina. Para mí creo que hay como dos núcleos de población. Uno sería la población primitiva, la antigua, donde está el catillo, y otra dominada por viviendas con pisos altos.  Siempre me llamó la atención.

Llegué el viernes, entre las seis y la siete de la tarde. Fue un poco jaleoso encontrar la casa que había alquilado para el fin de semana. No hay recepción. Todo se resuelve por teléfono con personas, dueños de la casa que no viven en el pueblo. El dueño la abre a distancia, con el teléfono. Maravilla de la tecnología. La llave estaba dentro. Pero el puede abrir y cerrar cuando quiera.

El pueblo tiene cuestas hasta reventar. Dejé el coche a una distancia importante de la casa. No hay posibilidad de aparcar dentro del pueblo. Lo bueno es que mañana al irme todo es cuesta abajo y será más fácil con la maleta.

El jueves salí de San Nicolás. Llegué a Chiclana al mediodía. Allí me iba a alojar a casa de Nicolás que estaba acompañado de su hija Lucía. Su madre y su hermana no estaban. La casa no me es ajena. He estado varias veces aquí. La acogida fue perfecta. Tenían preparado la reserva para almorzar en un chiringuito de la playa. Perfecta esa hurta al horno que pidió. La elección magnífica. A la cena la decisión fue ir a un "mexicano". Aunque no es la elección que yo hubiera hecho, como estaba Javi, el novio de Lucía, y su amigo Álvaro, la cena estuvo animada. La noche terminó de una manera muy animada.

Al día siguiente había concretado almorzar con Antonio, hijo de mi prima hermana Pepita, y su mujer Irene. Habíamos quedado en un restaurante de El Puerto de Santa María. Llegué y no estaban ellos. Me senté en una mesa y al poco tiempo vinieron hacía mí dos mujeres y un hombre que estaban sentado en otra mesa de la terraza. Al acercarse le dije al hombre: "Yo te conozco". Era Rafael esposo de Pepi, hija de mi prima hermana Pepita, y nieta de Josefa la hermana de mi padre. Las dos mujeres eran su esposa y su cuñada Ana. Estaban allí, invitados también al almuerzo, algo que yo ignoraba, que me habían visto llegar, y que después de un rato de decidir si yo era yo, vinieron a mi encuentro. Al rato llegaron Antonio e Irene.

Una comida magnifica, no sólo por el menú, que también, sino por el encuentro con personas de la familia, en el sentido amplio, a los que conocía y que hacía tiempo que no veía. Cuando ya nos pusimos al día sobre cómo estaban la diferentes familia, la conversación estuvo muy animada e interesante. Estábamos presentes los descendientes de tres hermano: Pepa, Juan y Carlos. Ellos ya nietos de los primeros, y yo hijo del último. Aunque la diferencia de edad no era muy grande porque mi padre era el menor de ellos. Creo que Ana era mi edad más o menos. Los más jóvenes era Antonio e Irene, a la que no veía desde el día en el que celebré su matrimonio en Chiclana hace ya bastante años. Bonito momento que espero que se repita: "¡Yo sí espero que nos volvamos a ver!"

Y después llegué a Vejer. Pero será tema de otra crónica.

¡Hasta la próxima, si Dios quiere!

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