Ayer, bueno también hoy porque en mi casa la luz llegó a las tres de la mañana, hubo un apagón total tanto en la España como en el Portugal peninsular. Los archipiélagos tienen corriente propia. Yo estaba en esos momentos en mi casa. Acababa de llegar de Azuaga, un pueblo extremeño, a la que fui acompañando a mis amigos Alfonso y Carmen de Las Navas de la Concepción. Iba a tomar el coche para ir a Cazalla de la Sierra a buscar unas gafas del sol, un sombrero y descambiar un producto en la gran superficie de esa localidad.

Cuando toda España se queda sin luz, sin internet, sin cobertura, sin electricidad. Todo se apagó y la oscuridad se instaló en todos nosotros, sin poder hablar con nadie, sin poder saber qué estaba pasando ni por qué.
Entonces me informé a través del transistor a pilas, el único medio de comunicación que teníamos, una vela que alumbró durante todo el día: la radio. Regresaba hacia el año 1964 en la concerniente a ella y sin luz eléctrica hacía principio del siglo XX. Increíble.
Esto llevaba a cerrar los puestos de trabajos: comerció, oficinas, empresas e industria. A mantener sin actividad a los colegios ya que se obligaban a interrumpir las clases y a no poder dar de comer a los alumnos que se sirven del comedor. Se cortan las comunicaciones telefónicas. No se puede conectar con los centros. Nadie coge el teléfono, ni los que tienen cobertura (los menos) ni los que no la tienen (la mayoría).
El metro, el tren de todo tipo, se para allí donde le cogió el corte de la luz. Con todo el mundo dentro con las dificultades propias de ello. Los problemas principales se siguen dando en la red ferroviaria.
No funcionan los cajeros. Los bancos ya habían cerrado. Los datáfonos no funcionaban. Mucha gente, que ya no lleva dinero físico, no podían acceder a comprar nada: ni con las tarjetas ni con el teléfono
En los bares no había café, las máquinas dispensadoras de refrescos o comida no funcionan. Se hacía imposible comer en los restaurantes.
El tráfico viario se hacía imposible sin los semáforos. Los atascos, tanto en las calles o a las entradas de las ciudades, inmensos.
En dispensarios y hospitales la actividad se ralentizó. El nerviosismo se apoderó de las personas en diálisis, enfermos respiratorios y personas con esclerosis lateral amiotrófica en un día "increíble", pero que se saldó sin graves incidencias.
Hacia las seis de la tarde, seis horas después del apagón, se informó por primera vez a la ciudadanía a través del presidente del Gobierno, que dijo que no apartaba ninguna de las cusas de ese apagón. Nos íbamos al final de la tarde temiendo que la luz no llegara.
Las informaciones decían que había zonas en la que iban volviendo a tener corriente poco a poco. Hacía las seis de la tarde era el 30 %.

Qué más nos puede pasar a la generación que sufrió la crisis económica de 2008, la que padeció la pandemia de los 900 muertos al día en 2020 con fuertes restricciones en los hábitos cotidianos hasta 2021 y que vivió las DANA de Valencia.
Esto lleva a una conclusión: La sociedad de las certezas tiene los pies de barro. Es una locura sentirse tan vulnerable, a nosotros, los mayores que nos hemos acostumbrado a lo que se ha denominado zonas de confort y en la que han vivido las generaciones nuevas.
Y dos apostillados: España declaró el estado de emergencia tras un gran apagón, que ya ha terminado y que todavía se esperan más y mejores explicaciones.
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