Cuando escribo esta crónica son las 17:21 del 1 de noviembre en el estado de Nevada, en la ciudad de Laughlin, en el Hotel Tropicana. En España ya son las 22:00 del 2 de noviembre. Estoy de paso, aunque me quedaré dos días. Mañana iré, si Dios quiere, al Cañón del Colorado; dormiré allí y luego iré a San Diego.
Hoy, 1 de noviembre, empezó ayer a las 11 de la noche cuando tomé el autobús de Stockton a Los Ángeles. El día anterior lo pasé casi todo el tiempo con María, la esposa de Luis. Él trabajó hasta las 4 de la tarde y Wrayan estaba en la escuela.
Por la tarde, después de almorzar, salimos a dar una vuelta por la ciudad, que es relativamente moderna, que tiene unos trescientos mil habitantes. Desde el primer día me enamoré de sus majestuosos edificios.
Llegué esta mañana a las siete y media. Tuve un buen viaje porque dormí casi todo el tiempo. Tenía déficit de sueño. ¡Los días me deben muchas horas!
Alrededor de las ocho estaba en la fila para alquilar el coche que ya había reservado. ¡Jajaja! ¡Lo había reservado para el primero de octubre! No tenía otra opción. Mira, tuve tiempo para prepararlo. Como lo reservé con tanta antelación, accedieron a reservármelo. Si lo hubiera reservado en octubre, no me lo habrían permitido. La solución: un coche más grande y gastar más dinero. Y el cambio automático, al que estaba acostumbrado con palanca, sustituido por un botón. Difícil hasta que te acostumbras. Al menos, después de cuatrocientos ochenta kilómetros, llegamos en buen estado.
Almorcé en un restaurante de esa ruta, que discurría paralela a la carretera por la que iba. Sin problema. Gracias a la amabilidad de la camarera, pude comer lo que quise. Una decoración preciosa. Los parroquianos añoran aquellos años. La mayoría mayores y moteros. Esto es lo que queríamos hacer hace años, mi amigo Ismael y yo en moto.
Al llegar al hotel, me llevé otra sorpresa. Era un casino. Mi habitación estaba en el piso dieciséis. Había mucha gente. Me fui directo a la cama, porque mañana tenía que levantarme muy temprano para llegar a Las Vegas a las seis y cincuenta de la mañana. Había ciento cincuenta y seis kilómetros.
¡Hasta la próxima, Dios primero!





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