Ahora viene a comer Pepe Blanco, un amigo y compañero sacerdote, al que vi ayer realizando el responso en un entierro. Vino porque está pasando unos días en Guadalcanal y se puso a disposición de los curas del entorno por si podía ayudarlos.
Y para darme prisa he ido sobre las once de la mañana a por la medicina que tocaba retirar de la farmacia. Salí y al cruzar el puente nuevo, el de hierro, entré a saludar a Maruja, Me senté y estuve un ratito acompañándola. Tiene más de noventa años y está sentada dentro del garaje de su casa mirando hacia el puente. Cuando salí hacia la calle Cruz, vi a Esperanza hablando con Toñi que estaba con la nieta de su hermana. Le pregunté a Esperanza si pesaba mucho la bolsa de la compra. La cogí y efectivamente pesaba mucho. Ella, más mayor que yo, tiene problemas en las piernas. Con la bolsa en mi mano la acompañé a su casa pasando otra vez por la puerta de Maruja. Al verme me dijo algo bonito. Les sonreí a las dos. Deje la compra en la puerta y seguí mi camino hacia la farmacia, por la calle Cruz.
Cuando empezaba a subir esa cuesta inmensa encontré a Carmela que la subía con una joven al lado. La saludé porque hacía dos días que había llegado al pueblo desde Cataluña. Hablamos de lo pesado que era subir la cuesta y me presenté al chico que iba a su lado, al que no conocía. Él me dijo su nombre, Johan, y que era el nieto de Carmela. Estando con ellos llegó M. Pepa a la que llamé Blancanieves pues el color de su cabello es blanco. Ella me dijo un halago. Seguí para la farmacia. Me senté en la silla y María me dijo que no me levantara. Le di la tarjeta sanitaria y me dio el medicamento. Antes me dijo que estaba muy pensativo. Yo le dije que había escuchado unas voces en alto procedente del bar Loli. Y que me había acordado de una frase que había leído hacía tiempo en un libro y que estaba escrita en las ruinas de un monasterio de Irlanda y que decía: "¡Señor haz que mis palabras sean frescas y verdes por si al final de la jornada me las tuviera que tragar!". Y estuvimos hablando de lo importante que era su mensaje. Me dio una caja de medicinas para Diego Manuel de la tienda "Alacena" que hay en la calle Real y por la debía pasar.
Al bajar los escalones enfrente del Loli había cuatro personas con bicicletas a los que conocía. Uno dijo: "¡No hay un Alfredo malo!". Él se llama Alfredo también. Y estuve con ellos un momento.
Ya en mi calle vi a mi vecina Doro, madre de Zamira, que iba a tirar el agua de la fregona. Ella anda fatal de las piernas y le cogí el cubo para regar la acera de su casa. Antes de las doce estaba en mi casa. Y decidí subir esta crónica. La conclusión es evidente: "¡Estoy muy a gusto en este pueblo!"
¡Hasta la próxima, primero Dios!
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