Acabo de vivir muy intensamente estás últimas veinticuatro horas. Hoy tenía previsto la cita de hematólogo, en este caso hematóloga, en Sevilla. Para ello había aprovechado poner la visita del técnico de los aires acondicionados de la casa de Juan XXIII a primera hora. Por eso había previsto salir ayer después de cenar. Todo de alguna manera organizado.
Ya, sobre el mediodía, se me informó del fallecimiento de Rafael, enfermo de ELA, esposo de María del Carmen. Por la tarde estaría en el tanatorio de la SE - 30. Así que adelante ni viaje a Sevilla y me pasé por la tarde-noche para darle un abrazo a ella y participar de una oración por Rafael. Los amigos que me encontré allí me indicaron que el funeral sería en la parroquia a las diez y media.
Hoy me levanté temprano. A las ocho en punto me llama el técnico para decirme que no podría venir a la hora prevista y me propone las once. Le retrasé una media hora. Me dediqué a adecentar la casa, que me lo agradeció oliendo mucho mejor. A las diez me encaminé a la iglesia. Saludé a familiares y conocidos que coincidimos en acompañar a María del Carmen y familia en ese momento.
Al terminar me encaminé hacia la casa. Allí llegó el técnico. Mientras revisaba los dos aparatos, se pasaban las once cuarenta hora de mi cita médica. No hay problema, llegaría más tarde. Sobre la doce y cuarto llegué al Virgen del Rocío y una media hora después me atendía M. Fátima, mi hematóloga habitual. En la espera me envían un wasap diciendo que Manolita, la mujer de Eladio, tras quince días en la UCI, había muerto y que estaría en el tanatorio de San Jerónimo hacia las cuatro de la tarde. Así que fui teniendo eso en cuenta en mi agenda de la tarde.
Después de la visita al médico llamé a Amparo y Salvador para tomarme una cerveza con ellos. Al llegar a su casa sentí la alegría de que sus nietos, Diego y Carlos, que estaban con ellos, vinieron a mi encuentro corriendo con los brazos abiertos. Eso te da una alegría inmensa. Maravillo momento. Lo mejor del día. Tomándome una cerveza le comentaba a Amparo que a ellos dos son los que he seguido de una manera más cercana desde pequeños. Llevo en Sevilla los mismo años que tienen ellos. A los otros nietos y nietas mayores crecieron mientras que estaba en Guatemala o en Ecuador. Y a los de Alberto los voy conociendo ahora. Al llegar Nora con Miki, su madre, a la terraza del bar donde estábamos sentados, también se vino a mí a darme una beso.
Así que fui a comer a mi casa y, tras cambiarme, me encaminé al tanatorio para estar con los cuatro hijos de la fallecida de los que soy amigo. Ella tenía una relación de cercanía y confianza conmigo. Después me dirigí a San Nicolás, pasando por el supermercado de Constantina para comprar aquellos artículos escrito durante la semana pasada en el papel que preparo para que no se me olvide lo que tengo que comprar.
Durante el viaje de vuelta me acordé de dos comentarios que me han dicho en este día. El primero sobre lo que pienso de los Cuidados Paliativos a raíz de la aplicación de ellos a Rafael. El segundo de una de las hijas de Manolita sobre sus dudas o planteamientos desde la fe tras la muerte de su madre. Al primero le dije que si se llega a una situación vegetativa y el paciente lo ha pedido y firmado en plena conciencia, me parece oportuna. Hay que liberar ese espíritu de la vasija que le ata. A la segunda, como era para hablar conmigo los próximos días, le diré que no tengo respuestas para todas su preguntas. Yo creo que Jesús nos prometió una vida eterna junto al Padre. No dijo nunca que no íbamos a morir, que no habría enfermedades, ni situaciones incomprensibles. Y que la muerte no tiene la última palabra. Es la Vida la que vence. Eso sólo se entiende desde la fe.
Ahora al escribir esta crónica cuando falta media hora para que se acabe el día, elevo una oración tanto por los muertos, ya en presencia del Padre, como por los familiares para que vivan en la esperanza de la Resurrección.
¡Hasta la próxima, primero Dios!