Nunca había ido desde la capital hacia el sur. Si siempre busco el ir acompañado, ir a un lugar totalmente desconocido lo hacía muy aconsejable.
El departamento al que pertenece el puerto es Escuintla. He puesto la foto de la parada que hicimos en la terminal de esa ciudad cuando entraron tal cantidad de vendedores ambulantes que llenó de colorido el bus.
Este año no pude ir hacia mi playa preferida, pero el cambio no me decepcionó en absoluto. Tilapa, su hotel, estaba siendo reformado, algo que de verdad necesitaba. Ya ha sido abierto, lo que me hará tener que decidirme dónde ir otros años, si vuelvo a Guatemala.
Al llegar ya sentíamos el calor del lugar, algo que busco ya que me encanta y es uno de los motivos de ir en noviembre - diciembre. Mi vecino Antonio me dijo que en el pueblo había llegado a hacer menos dos grados.
Cuando llegamos al hotel éste nos gustó por su limpieza, por la relación calidad precio, por la comida y por la gente que nos encontramos en él.
Entre estos estaban alojados tres "treintañeros", compañeros de trabajo, que desde una fiesta navideña de su banco decidieron ir a la playa a pasar unos días. Estaban un poco bebidos pero pronto nos hicimos amigos.
En concreto llegué a hablar más con uno de ello, Edgar, que era muy abierto y agradable. En los días que coincidimos nos llevamos muy bien. Es uno de las tres personas con las que me he encontrado en este viaje y que recuerdo de una manera especial.
Y no fueron los únicos con los que compartimos un tiempo. Yendo hacía el Paredón nos juntamos con una partida de jóvenes que acababan de celebrar una victoria de Argentina. Y nos acogieron divinamente.
El Puerto de San José es sin lugar a dudas una de las playas mas famosas y visitadas por los guatemaltecos. Sus playas, al igual que todas las del pacífico guatemalteco, lucen la poco común arena negra debido la proximidad de sus volcanes en constante actividad. Su población asciende a unos veinte mil habitantes.
Tengo tantas fotos de los atardeceres que las pondrías siempre.
Y como la muchacha que vendía esas exquisita conchas, pasó por allí Luis Enrique, guitarrista que nos pedía 10 quetzales por dos canciones. Fueron más quetzales y más canciones. Con 68 años era su forma de llevar algo de dinero a su casa. Fue una conversación encantadora. No le importaba el tiempo. Allí se quedó un buen rato en el que nos contaba su vida y su afición a la guitarra. Antes de cada canción nos decía el tema y el estilo de la misma. Pasamos un rato muy agradable.









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